“Es estremecedor, el experimento demuestra que los humanos podemos llegar a ser muy malos cuando el sistema nos corrompe o nos neutraliza en nuestras cuestiones morales..”. Paré oreja. “¿A poco podemos ser tan malos como dice el libro?”. Alisté oídos. “El experimento del autor así lo demuestra”. De lejecitos, oía la conversación muy atento a preguntas y respuestas.
“Pues está para leerse…”. Ahora paré estos ojos miopes que se entrometen cuando no se les llama. “Pues está aquí y lo paga allá”. Mi vista solo alcanzó a medio ver unas como piezas de rompecabezas entre nubes rojas y negras que mi astigmatismo allana pero no enfoca con atino cuando la distancia es más allá de dos punto diecisiete metros.
Estaba en el corredor once de la sala B del Centro de Convenciones de Guadalajara en la Feria Internacional del Libro de 2016 o 2017 o la que sigue o la anterior a la primera. Se me cruzan los recuerdos. También los corredores, porque cuando volví al once unos minutos más tarde ya no estaba el stand donde había oído la plática. Recuerdo que había un libro del Tarot en el stand siguiente y enfrente uno donde vendían mandalas.
Perdido entre corredores, recuerdos, mandalas y lecturas del café me resigné. Para vencer mi desilusión volví al corredor principal y me senté en un sillón bastante cómodo entre jóvenes que discutían el último de Coehlo. Mgmgjmgmm. Cerré mis oídos. Tenía enfrente a un señor de amplios bigotes y sonrisa franca. Vi sus zapatos… los mismos del que compró el libro del mal.
Afilé la vista que no alcanza a enfocar rostros más allá de un tiro de piedra. El efecto lucifer. A caray. Mi otro yo, que no es yo pero que aflora cuando intento ser mi otro yo sin dejar de ser yo se atrevió a hablar. “Disculpe, ¿dónde compró ese libro? Me llamó la atención el título”. Bastante diplomático mi otro yo. “En el stand que está allá en el corredor once”. Maldita vista y maldito corredor once.
No quise explicaciones del dependiente, que estaba dispuesto a volver a repetir lo que yo había oído ya.
No sé si todo lo que dice Philip Zimbardo en El efecto lucifer pueda llegar a ser cierto, pero que deja pensando, ni duda cabe. Sin que tenga que ver con el contenido mi primera pregunta tuvo que ver con la gramática. ¿Lucifer con mayúscula? Las mayúsculas son tan armoniosas y transmiten la belleza que las palabras que la ameritan deben ganárselas, por lo que creo que lucifer no se la merece.
En 1971, Zimbardo realizó un experimento en la Universidad de Stanford. Quería reconocer los efectos del entorno en el comportamiento humano. Contrató a 25 jóvenes universitarios a los que les aplicó un concienzudo test para descartar alguna desviación psicológica. Hizo crear un escenario de una cárcel en las instalaciones universitarias y les asignó roles distintos a los jóvenes: unos se comportarían como presos y a otros como carceleros.
Había entre ellos también unos presos reales. Los 25 jóvenes recibirían una paga diaria. El experimento estaba para durar 15 días. Duró la mitad, dado que el comportamiento de los jóvenes que actuaban como carceleros se convirtió en una dureza con violencia extrema. Los “presos” compartieron también la misma violencia. El experimento tuvo que ser cancelado para prevenir un desenlace cruel.
El efecto lucifer narra el análisis de Zimbardo de ese experimento. La tesis del autor es que el sistema actúa en el individuo y provoca su propulsión a conducirse de acuerdo al mal del sistema. “El poder sutil pero penetrante de una multitud de variables situacionales puede imponerse a la voluntad de resistirse a esta influencia”.
Zimbardo está seguro de que “el ser humano es capaz de renunciar por completo a su humanidad por una ideología irreflexiva, de cumplir hasta el exceso las órdenes de unas autoridades carismáticas de que destruya a todo aquel al que etiqueten como enemigo”. Me suena a una realidad que vivimos actualmente…
Además dice el autor que “el anonimato fomenta la conducta agresiva cuando también existe una ‘autorización’ para actuar de una manera que normalmente está prohibida”. Y pienso en las redes sociales, concretamente en Twitter.
“Si la situación o alguna autoridad le da permiso para actuar de una manera antisocial o violenta contra otras personas (…), la persona estará dispuesta incluso a ‘hacer la guerra’”. Inmediatamente pensé en la resolución del TEPJ, que obligó a una ama de casa a pedir disculpas (sic, así: a pedir y no a ofrecer) a una diputada y que es conocido ampliamente como dato protegido.
Zimbardo también reconoce que “hay un colaborador fundamental y menos reconocido de la maldad que va más allá de los protagonistas del acto malvado: es el coro silencioso que mira pero no ve, que oye pero no escucha”. Lo único que hace falta para que el mal triunfe es que los buenos no hagan nada.
El efecto lucifer intenta demostrar cómo el sistema actúa sobre las personas con humanidad para que el resorte del mal se active y deje a un lado su bien moral para actuar con toda la corrupción y la violencia que le está imprimiendo el propio sistema.
Sin embargo, para Zimbardo su tesis no concluye allí. En su prólogo está su esperanza. “Frente al concepto de la ‘banalidad del mal’, frente al hecho de que gente normal y corriente pueda cometer los más viles actos de crueldad y degradación, propongo el concepto de la ‘banalidad del bien’ para describir a los muchos hombres y mujeres corrientes que responden con heroísmo a la llamada del deber. Saben que esa llamada suena para ellos”.
A agarrarse de esta esperanza.
Nos leemos la próxima. ¡Hay vida! Vacaciones también, a disfrutar.