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O Opinión

Veritas et Iustitia | Repartir la riqueza contra el hambre ¿se puede?

¿De verdad, como algunos dicen, que el dinero de los multimillonarios del mundo, esos que se dice son “dueño de todo” se puede repartir entre la población del planeta y así ya nadie sufriría de pobreza y hambre? Visto así, sin reflexionar sobre el tema, parecería que sí, que repartiendo la riqueza de los super supra ricos del mundo todos los habitantes tendrían con qué vivir decorosamente. Pero no, no es así. Es no hacer cuentas elementales.

Hace tiempo circulaba en las redes un mensaje, hecho sin duda de mala fe, que decía que con el diez por ciento de la riqueza de la Iglesia Católica se podría solucionar el hambre del mundo.

Lo malo es que había quienes, sin pensar un poco siquiera sobre dicha afirmación, lo daban por hecho. A quienes me enviaban semejante disparate les respondía que todo el dinero del mundo era insuficiente para acabar con el hambre mundial. Lo cual es completamente cierto.

Pero este caso de la riqueza de la Iglesia Católica puede servir de ejemplo de la falsedad de lo que escribí al principio. En primer lugar, la riqueza de la Iglesia no son gigantescos depósitos en efectivo para repartir entre los pobres. Lo que posee son básicamente dos cosas, lo principal son edificios, como los templos, conventos, seminarios, casas de retiro y de refugio, hospitales y clínicas, leprosarios, museos, universidades y escuelas. Las propiedades de los miembros de la Iglesia, que somos todos los católicos, son personales. La otra parte es que tiene también la Iglesia obras de arte de valor comercial incalculable, que simplemente no se van a vender, pues las considera patrimonio al servicio de la humanidad, en resguardo, como la Pietà en el Vaticano. ¿Hay también dinero en efectivo? Por supuesto, ese que permite cubrir sus gastos y patrocinar tantas obras de caridad que hace en el mundo. 

Pues bien, algo semejante sucede con las super fortunas de los ultra millonarios. Pero de otra manera. Los grandes ricos del mundo, que son unos cuantos, es cierto, y cuyos nombres se ventilan públicamente no tienen, como las caricaturas de Rico MacPato, bodegas de dinero en que se pueden tirar clavados. No, lo que tienen principalmente son papeles, documentos que representan la propiedad accionaria de empresas; dichas acciones y papeles semejantes representan bienes físicos principalmente de fábricas, instituciones financieras, medios de transporte, edificios de muchas clases y construcciones diversas, terrenos, derechos de patentes, tecnología, derechos de explotación y cuyos valores se juegan en los mercados bursátiles. Y también, por supuesto, gruesas cuentas bancarias, con las que negocian propiedades, e inversiones en bonos de deuda de gobiernos, dinero que no pueden tocar a menos que las rediman o vendan. Tienen también inversiones en obras de arte, a veces de valor comercial inconcebible para el público, pero que tampoco son dinero, valen dinero si las venden (en general a otros millonarios). Ah, y ahora invirtiendo en criptomonedas.

¿Qué pasaría si vendieran esos activos de papel como acciones y bonos para convertirlos en efectivo para repartir el dinero entre los pobres hambrientos del mundo? Que los comprarían otros millonarios con su efectivo, por lo que sólo cambiarían de manos sin que se liberara dinero macroeconómicamente hablando. 

Gran parte del valor de esos activos en papel es digamos imaginario, depende de la concepción en un momento u otro de cómo se aprecie en el mundo bursátil, en especial en las principales bolsas de valores del mundo. De pronto se dice en medios que tal multimillonario perdió en un día, por alguna razón, cientos de millones de dólares o euros. Pero lo único que sucedió es que posibles compradores estarían dispuestos a pagar menos por ellos. No es que ese multimillonario de pronto tuvo esos miles de millones menos en sus cuentas de cheques o de inversiones. No. Sólo fue una apreciación de valor de mercado, es todo. 

Si pensamos en la masa de dineros de los supermillonarios sumados como un todo, lo que unos vendan de valores o bienes los compran otros, por lo que no se liberan fondos de esa masa, sólo cambian de manos. No pues, el asunto no es tan sencillo como ingenuamente dicen algunas personas, que repartiendo esa masa de riqueza se pueda alimentar al mundo de la pobreza extrema.

Aún si los tales supermillonarios regalaran mucho o todo su efectivo en bancos, a través de organizaciones de asistencia social o de organismos gubernamentales o internacionales, el hambre del mundo lo superaría abrumadoramente.

Por supuesto que si los millonarios y los supermillonarios (como personas físicas propietarias o como empresas que invierten sus fondos) dieran mucho dinero para combatir la pobreza, en especial el hambre, en vez de buscar en qué invertirlo para ganar más dinero, eso ayudaría a reducir el hambre en el mundo, pero no sería solución siquiera a mediano plazo. Más ingenuo sería pensar que reduciría la pobreza extrema.

También por supuesto, que buscar la forma (que es tristemente utópica) de redistribuir la riqueza o al menos reducir en algo la desigualdad es una buena idea, pero llevarlo a cabo es otra cosa. Muchos gobiernos intentan hacerlo por medio de imposiciones fiscales a los altos ingresos para traspasarlo a los pobres, pero la experiencia es fallida en todos los casos a gran escala. Y los gobiernos se convierten en general no en eliminadores de la pobreza, sino solamente en benefactores al subsanarla con ayudas en especie, en servicios públicos y también algo en efectivo.

¿Qué si pueden hacer los supermillonarios y sus organizaciones para reducir el hambre y la pobreza? Crear fuentes de trabajo en zonas de alta pobreza, invertir en educación, en asistencia de salud por ejemplo.

Los supermillonarios, bien se sabe, pueden tener y tienen influencia en decisiones de gobiernos, y pueden usarla para presionarlos a evitar las guerras que crean hambre y pobreza. Pueden también influir en voluntades oficiales nacionales e internacionales en evitar la destrucción del medio ambiente, como la deforestación para agricultura comercial o explotaciones mineras de superficie, que muchas veces provocan la imposibilidad de agricultores de subsistencia y de autoconsumo, ya no digamos de comercialización, de sembrar y de criar ganado.

Reducir el hambre y la sed en el mundo es y debe ser un objetivo humanitario prioritario, pero debe hacerse o intentarse con medios ciertos y no con utopías. Y aún con los mejores esfuerzos, el mundo no está preparado para terminar con el hambre mundial, ni con la insalubridad ni con la pobreza extrema como tal. Es una muy triste realidad. Por estos tiempos es imposible acabar con esas plagas humanas, pero lo importante es que cada quien, personas, organizaciones civiles, gobiernos y organismos internacionales pongan todo lo que esté de su parte para ayudar a quienes sufren de falta de comida, ¡agua potable!, medicinas, vivienda y educación y de medios de ganarse la vida en el mundo más pobre.

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