Estaba al final de una conferencia a la que claramente fui obligado a asistir. Después de escuchar dos disertaciones anteriores medianamente atrayentes oía sin oír a una erudito de cuestiones académicas. Hablaba de cómo los maestros universitarios debemos afrontar los nuevos retos en un mundo con jóvenes tan volátiles de pensamiento y doctrina, o algo así estaba explicando el erudito trece minutos atrás cuando dejé de escuchar la exposición.
Tenía yo la expresión exterior de escucha atenta a las palabras del conferencista que nadie me distrajo de mis pensamientos interiores que realmente se debatían entre si había dejado abierta la ventana de la recámara o no. Amenazaba lluvia.
De pronto escuché con meridiana claridad: “La vida de hoy, principalmente en las universidades y en concreto con los estudiantes, es de una vida líquida, tal cual lo dijo el sociólogo Zsgmquern Bounamsu”. Creo que eso oí. El nombre del sociólogo no pude determinarlo porque mi oído llegó tarde. Me atrajo la expresión vida líquida. Al final me acerqué con el conferencista. Me hice el hipócrita. “Muy buena su disertación, muy exacta, muy atinada, muy actual… ¿me podría recordar el nombre del sociólogo cuando mencionó la vida líquida?”.
Zygmunt Bauman.
Primera vez que lo había escuchado. Hurgué en algún apunte, algún libro, alguna referencia. Nada. Corrían los primeros años de este milenio y no había la oportunidad de encontrar algo en un buscador que no tenía. Pues lo dejé anotado para una oportunidad posterior.
Debieron correr como 43 meses, 17 días, 9 horas y 11 minutos cuando en una reseña de libros que hurgo periódicamente me encontré con Vida líquida, de Zygmunt Bauman. Todo muy bien, pero ¿dónde encuentro el libro? No sé si se alinean las situaciones o simplemente estamos despiertos cuando hacemos un descubrimiento, pero dos días después me encontraba en la tienda del tecolotito cuando allí me gritó Vida líquida desde el anaquel de la derecha entrando por la puerta principal a un lado de las novelas de romance junto al ventanal que da al estacionamiento y justo debajo de la lámpara que da una luz ámbar que me recuerda la última noche que pasamos en Venecia aquel viaje inolvidable a la Europa de capa caída.
No es el único libro del sociólogo polaco que habla de la vida líquida. De hecho, podemos decir que es el resumen de su literatura del segundo período de su vida.
Lo que decía años atrás el conferencista es la síntesis del pensamiento de Bauman. “La sociedad moderna líquida es aquella en que las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas de actuar se consoliden en unos hábitos y en unas rutinas determinadas”.
Más adelante, confirma que “de ahí que haya dejado de ser aconsejable aprender de la experiencia para confiarse a estrategias y movimiento tácticos que fueron empleados con éxito en el pasado: las pruebas anteriores resultan inútiles para dar cuenta de los vertiginosos e imprevistos (en su mayor parte, y puede incluso que impredecibles) cambios de circunstancias”.
Quizá por ello, los consejos de los abuelos hayan quedado prácticamente sepultados.
Pero no solo es el tiempo pasado. “La velocidad, y no la duración, es lo que importa”. Queremos, por ejemplo, enterarnos de las últimas novedades del mundo, y buscamos las redes sociales con rapidez inaudita aunque no sea totalmente cierto lo que nos informan. “El truco consiste en comprimir la eternidad para que pueda caber, entera, en el espacio temporal de una vida individual”.
Dos puntos rápidos en los que se detiene también Bauman. “Los objetos de consumo tienen una limitada esperanza de vida útil y, en cuanto sobrepasan ese límite, dejan de ser aptos para el consumo”. “En el mundo moderno líquido, la lealtad es motivo de vergüenza, no de orgullo”.
Vida líquida se publicó en el 2005. Estaban latentes aún los atentados a las Torres gemelas y aún no aparecían las redes sociales a gran escala. Bauman decía entonces: “Las libertades de los ciudadanos no son propiedad adquiridas para siempre; no se trata de pertenencias que se encuentran seguras en cuanto se guardan en cajas fuertes privadas. Están plantadas y arraigadas en el sustrato sociopolítico y éste ha de ser fertilizado a diario; si no reciben los cuidados debidos día tras día (en forma de acciones informadas a cargo de un público entendido y comprometido), acaban secándose y desintegrándose. Ni las habilidades técnicas son las únicas que necesitan una renovación continua, ni sólo la educación centrada en el trabajo debe ser permanente. Ambas cosas (renovación y permanencia) son también necesarias (y con mayor urgencia, si cabe) en la educación en ciudadanía”.
Repito yo: educación en ciudadanía.
Bauman falleció en 2017. Dejó múltiples libros y escritos de numerosos temas. Dejó su tesis sociológica (con una buena dosis de filosofía). Sigue siendo muy reconocido. Habrá que ubicarlo en ese tiempo de finales del siglo pasado e inicios de este milenio. Quizá lo mismo que él describía de una sociedad tan rápida y acomodaticia haga que sus temas vuelvan a ser profundizados, porque el mundo de hoy ha sido invadido por las redes sociales y una democracia de capa caída.
Algunos puntos de Bauman siguen siendo válidos y muy válidos. Otros, habrá que replantearse. De cualquier manera, la vida líquida es una realidad.
Por cierto, sí llovió. Y había dejado la ventana abierta.
Hay vacaciones…
Nos leemos la próxima. ¡Hay vida!