Era una noche obscura, con lluvia intermitente y fresco olor de madreselvas y romero recién parido. La plática había estado limitada a los vaivenes de las noticias de entonces. Pero al calor de tres botellas finitas de vino, se asomó la alegría.
Juguemos al maratón.
Y jugamos al maratón, el juego al que de ordinario ganaba Raúl, con pequeños sustos de dos de los seis concursantes. Hice gala de la seguridad de no saber nada de música, un poco de deportes y un poquito más de literatura e historia. Nada del otro mundo. El caso era divertirse y finalizar con otras dos botellas de vino y un par de media docena de cervezas.
En el kilómetro 18, cuando me faltaban doce para alcanzar a Raúl, éste respondió a una pregunta que no escuché. Gilberto Bosques es el Schindler mexicano.
Afuera, el olor a romero dominaba la penumbra que reinaba al escampe. Adentro, me daba cuenta que existía un mexicano que había abogado por judíos en plena segunda guerra mundial, mientras los nazis se jactaban de administrar los campos de concentración.
No olvidé el nombre. Gilberto Bosques.
Muchos años después, sin que hubiera un pelotón de fusilamiento frente al tal Buendía, ingresé a ese edificio sagrado que ocupa la librería El Sótano, en la colonia Chapalita en Guadalajara. Olía a romero fresco.
Siempre me estaciono en las novedades del mostrador que está entrando justo a la izquierda. Y por rutina paso a las novedades puestas en la mesa de la derecha, justo por debajo del soporte del segundo piso. Allí me detuvo un guiño del libro revestido de una portada color crema tirando al ocre.
Aquellas horas que nos robaron, el desafío de Gilberto Bosques. Escrito por Mónica Castellanos.
Sobra decir que el guiño tuvo respuesta positiva.
No conocía a Mónica Castellanos. Me gustó su estilo y la manera en que aborda la historia de este personaje. Lo hace a través de varios “autores”. Ora, la hija de Bosques. Ora, a través de los ojos de Mina y Fransec, jóvenes huérfanos catalanes exiliados por el franquismo. Ora, por judíos que buscan escapar del horror. Nunca lo hace a través de los ojos del mismo Bosques.
El texto es una novela histórica, enriquecida por no pocas narraciones verídicas en las que el lector puede entender “históricamente” la vida de este cónsul-embajador, amigo de Lázaro Cárdenas, que tuvo que sortear en libertad los primeros años de la segunda guerra mundial y estar preso el último período.
Mónica Castellanos rinde tributo a Gilberto Bosques en este novela. No es para menos.
El libro comienza narrando el horror de los bombardeos, para darse cuenta que la historia se desarrolla en el horror. Y no da tregua en las más de 400 páginas, salvo una pequeña parte del inicio, en la que se cuenta el nacimiento y la juventud de Bosques.
A través de los varios pares de ojos, se va desvelando en el texto el escenario de la historia. Primero la guerra en España. Franco contra la república. Los exiliados huyendo despavoridos de su terruño y cómo Bosques, siguiendo su conciencia, comienza ayudando a miles de españoles en el consulado mexicano. El gobierno mexicano que va haciendo lo necesario para recibir a los exiliados.
De pronto, sin que haya una línea divisoria o un hecho contundente, el consulado mexicano en París comienza a recibir a centenares de judíos. Francia estaba invadida por los nazis y había una parte “libre”. Allí, Bosques encuentra la manera para que la embajada y el consulado mexicanos puedan conseguir trasladar a los judíos para sacarlos del horror.
Castellanos narra así el terror vivido. Lo hace con valentía, guiando su propia pluma por caminos espinosos, pero sin caer en exageraciones ni en purezas de estilo. Narra sin aspavientos. También pinta, desde los ojos de ficción de la hija del cónsul, la conciencia de Bosques para entender la situación y buscar la manera de ayudar al mayor número de españoles y judíos.
El entorno familiar es un recurso que toma Castellanos para comentar el pensamiento del cónsul mexicano. De hecho, la familia Bosques permaneció unida todo ese tiempo en que el padre estuvo en esa encomienda diplomática. Y permaneció unida en el hotel que sirvió de cárcel cuando los nazis se cansaron de la ayuda que el consulado mexicano prestó a los judíos y la envió presa poco antes de la caída de los alemanes.
Aquellas horas que nos robaron es una buena novela para entender la vida y el pensamiento de uno de los grandes diplomáticos mexicanos. Sin olvidar que es una novela, sí nos acerca históricamente a la vida de Gilberto Bosques, el cónsul mexicano en París que tanto ayudó a los exiliados españoles y a tantos judíos que escapaban del horror de la guerra.
Justo cuando leía los últimos párrafos del libro, un fuerte aroma a romero recién parido se esparció por la cocina, cuando daba los últimos sorbos al café dominicano que me deleitaba el paladar. Salí al patio. No hay romero sembrado. Seguro que fue la memoria de aquella noche obscura, porque a la sazón y como entonces caía una lluvia intermitente.
Nos leemos la próxima con olor a romero recién parido. ¡Hay romero! ¡Hay vida!

