Esta semana he estado analizando un texto extraído del libro Teología Negra de la Liberación (1973) (versión original: A Black Theology of Liberation, 1969), de James H. Cone, un pastor metodista norteamericano, líder de la denominada Teología Negra, que surgió en Estados Unidos a mediados de la década de los sesenta del siglo pasado.
Esta teología tuvo su punto álgido en los setenta, y desde entonces ha ido decayendo sin llegar a desaparecer del todo, abiertamente inspirada en la Teología de la Liberación latinoamericana, aunque de hecho no fuera posterior a esta, sino coetánea. Entre los setenta y los ochenta, la Teología Negra se extendió a África, América Latina y el Caribe, y algo menos a Asia.
El planteamiento de esta corriente teológica evangélica es severo, y se sitúa conscientemente en la frontera entre el cristianismo y el ateísmo. Constata que el Dios del Antiguo Testamento es el Dios de la justicia, incluso de la ira. Yahvé no soporta la esclavitud de los hebreos en Egipto en el segundo milenio a. C., ni tampoco la injusticia interior de Israel en el milenio siguiente.
Quiere la justicia y castiga al culpable. Es una religiosidad primitiva que con el paso del tiempo se irá puliendo con el ciclo “alianza / infidelidad del pueblo / ira de Dios / castigo / misericordia / perdón / nueva alianza”.
Este ciclo se va repitiendo una y otra vez a lo largo del Antiguo Testamento. Queda en el imaginario colectivo una idea que ha llegado hasta la América del siglo XXI: el rico lo es porque Dios le ha bendecido, y el pobre lo es porque algo malo habrá hecho.
Muy simple; de hecho, incorrecto. El rico suele serlo porque le ha quitado injustamente posesiones a alguien, y el pobre, porque el rico se las ha quitado. Así lo ven Padres de la Iglesia como san Juan Crisóstomo o san Basilio de Cesarea, ambos en el siglo IV.
El Nuevo Testamento afina mucho más. Más que justo, Dios es amor. Ese amor incorpora la justicia, sin duda, pero va mucho más allá de ella; llega hasta el “perdón a los enemigos”, algo fácil de escribir, pero difícil de vivir cuando estos te han hecho mucho daño.
Y ese es precisamente el drama de la Teología Negra americana. Brota de una rabia de siglos, durante los cuales los negros fueron traídos de África a América en condiciones deplorables; nunca pudieron regresar a su tierra natal; fueron explotados, maltratados, humillados, vejados, y eso durante generaciones, durante siglos.
Los Estados Unidos de finales del siglo XIX y del siglo XX prohibieron la esclavitud, se reafirmaron en la igualdad de todos los ciudadanos ya proclamada en su Bill of Rights, pero de hecho las leyes, normas y costumbres racistas fueron abundantes, tal como hemos leído en muchos libros y visto en muchas películas. Por si esto fuera poco, el cristianismo tuvo un estilo “blanco”, anunciado por pastores, sacerdotes y teólogos de raza blanca que justificaban esa opresión racial o, en el mejor de los casos, miraban hacia otro lado.
En los años sesenta, el Movimiento de Derechos Civiles liderado por Martin Luther King y el movimiento Poder Negro (Black Power) liderado por Malcolm X gritaron “¡basta!”, el primero de manera pacífica y el segundo recurriendo en ocasiones a la violencia.
En ese contexto nace la Teología Negra. Esta abomina del cristianismo blanco, al que no considera cristiano. Se siente a gusto con el Dios veterotestamentario de la ira y la justicia, y espera que ese Dios castigue a los blancos después de siglos de opresión a los afroamericanos. No se siente a gusto con el Dios misericordioso del Nuevo Testamento que, en lenguaje blanco, parece decirles: “Todos somos hermanos, démonos un abrazo y celebremos el banquete”.
Los cristianos afroamericanos de la Teología Negra no quieren sentarse a la mesa con ningún blanco ni quieren oír hablar de perdón. Reivindican la justicia de Yahvé; y dicen esto con claridad meridiana: “Si creer en Dios comporta tener que perdonar a los blancos, preferimos no creer en Él”. Por ello es una teología que se sitúa entre el cristianismo y el ateísmo.
Antes de que nos precipitemos afirmando que “eso no es cristiano”, tenemos que entender que es humano exigir justicia tras siglos de horrible opresión.
El cristianismo nace en la tierra de lo humano, y poco a poco permite descubrir en Jesucristo que lo Humano, en mayúsculas, es mucho más profundo que lo que consideramos humano, en minúsculas. Pero eso no se puede proclamar de golpe a todo el mundo, sino que requiere una pedagogía, un tiempo, una historia; de ahí que la Revelación no se diera de una vez por todas, sino que se fuera dando poco a poco, del mismo modo que al bebé no le damos un filete de ternera, sino que, alimentándole siempre, sí, le vamos cambiando el tipo de comida a medida que crece: leche materna, biberón, papilla de cereales, papilla de frutas, etc.; y finalmente, esa persona, ya crecida, acabará pudiendo consumir un filete de ternera.
Como decía Hegel, aunque los alimentos sean muy distintos, siempre producen lo mismo: el hombre. El Dios de la ira del Antiguo Testamento es el mismo que el Dios de la misericordia del Nuevo, y apunta al mismo horizonte, su Reino, pero se va manifestando a medida que podemos acogerlo en nuestra humanidad.
La Teología Negra de los años sesenta y setenta tiene derecho a reivindicar justicia y a exigir reparaciones históricas, pero con el tiempo deberá entender, como el hermano mayor en la parábola del Hijo Pródigo, que el banquete es para todos o no es banquete. Al banquete están invitados verdugos y víctimas, pero como hermanos, es decir, habiendo reconocido todos previamente su culpa histórica, horrible la de unos, menor la de otros, pero sin que nadie pueda tirar la primera piedra.
Una vez que todos nos hayamos puesto el vestido adecuado, podremos asistir al banquete, en el que blancos y negros, juntos, celebrarán la fraternidad anunciada por Jesús. Aquel que, tarde o temprano, no acabe proclamando esto, no será cristiano; será humano, sí, pero todavía no cristiano, todavía no Humano, en mayúsculas.
Hay que darles tiempo. Y la sociedad americana debe concederles una reparación histórica, que no será retributiva (eso es imposible tras siglos de opresión), pero sí podrá ser restaurativa.

