“Le 14 juillet” es la gran fiesta nacional francesa en memoria de la toma de la Bastilla. Aquella prisión era un símbolo del Antiguo Régimen, y de ahí que su caída en manos de los revolucionarios tuviera tal importancia.
El pasado 14 de julio se conmemoró como cada año en Francia aquel episodio con gran pompa. De hecho, casi todo lo concerniente a la revolución francesa de 1789-1799 tiene una importancia institucional, lo cual da lugar a un oxímoron: “la revolución institucionalizada”. Francia no es una excepción. Algo parecido ocurre con el 4 de julio americano, el 1910 mexicano, el 1 de enero cubano y, hasta la caída del muro de Berlín, el octubre ruso.
Como bien describe George Orwell en su breve novela Animal Farm [en español: Rebelión en la granja], las revoluciones que triunfan tienden a institucionalizarse hasta el punto de crear estructuras semejantes a aquellas que destruyeron. Un símbolo de ello es el hecho de que no pocos dictadores ocupen palacios de la élite contra la que se rebelaron, con un idéntico nivel de vida: por ejemplo, Daniel Ortega y su compañera Rosario Murillo en Nicaragua. Como bien denuncia Orwell en la última frase de su novela, a menudo no hay diferencia entre el sistema anterior a la revolución y el que esta implantó.
¡Qué lógica tan absurda! Tanta sangre para acabar construyendo un clon de lo derruido.
Sin embargo, esto es algo injusto, dado que no pocas revoluciones han dado lugar a un sistema mucho más humano que el precedente: Francia, por ejemplo, con su democracia y su estado liberal, muy distintos de la monarquía más o menos absoluta anterior. Dicho esto, no cabe duda de que sigue habiendo ricos, clase media y pobres; privilegiados y marginados; integrados y excluidos.
¿Ocurre lo mismo con el cristianismo? ¿Se parecen nuestras catedrales, nuestros palacios episcopales, el Vaticano o Castel Gandolfo a los caminos de Galilea que recorría Jesús a pie, sin vivienda alguna donde alojarse al anochecer? Más bien poco. De ahí que el 14 de julio, como cualquier otro aniversario revolucionario, sea una ocasión para rememorar la utopía que movió a aquellos valientes (y a veces despiadados) ciudadanos.
Y a los cristianos se nos acerca el 2.000 aniversario de la muerte/resurrección de Jesús. Tal vez más que preparar grandes festejos, debamos prepararnos interior y exteriormente para revivir aquel evento tan importante de nuestra historia y, en el seno de nuestra fe, también de la historia de la humanidad.
Seguiré, espero.