Esta semana, en un patético intento por obtener el Premio Nobel de la Paz, Donald Trump anunció in extremis la firma del acuerdo entre Hamas e Israel que pondrá fin al genocidio palestino.
El tiempo dirá si esto es cierto. Concretamente serán liberados los veinte israelíes secuestrados que quedan con vida, entregados los cuerpos de 28 difuntos, liberados más de 1.700 presos palestinos (aunque otros 11.000 seguirán en prisión sufriendo cotidianamente todo tipo de torturas y vejaciones; datos proporcionados por el diario Le Monde los días 9 y 10 de octubre), e Israel se retirará de la mitad del territorio de la franja de Gaza. Empezarán a llegar entre cuatrocientos y seiscientos camiones diarios con ayuda humanitaria a la franja, retenidos desde hace tiempo por Israel en la frontera. Tras un tiempo de transición, un gobierno palestino se hará cargo de Gaza. Hamas se desmantelará y el ejército israelí se retirará de buena parte de la franja.
Desde que estalló esta crisis hasta la firma del acuerdo han pasado dos años y dos días: ha sido un infierno. 1.200 israelíes murieron en el atentado del 7 de octubre de 2023 (una masacre espantosa), 251 israelíes fueron secuestrados y, como consecuencia de la invasión de Gaza, 67.000 palestinos han sido asesinados durante estos dos años, aunque la representante de la ONU decía hace unas semanas que había que añadir un cero a esa cantidad: 670.000 muertos, un auténtico genocidio.
Gaza está arrasado. Va a ser muy difícil reconstruir allí nada, entre otras razones porque Israel no acaba de retirarse del todo y porque no renuncia a convertir la franja en un resort turístico. Desde hace décadas, su único objetivo es que los palestinos se mueran o se vayan. Deja vivir a algunos en Israel para guardar las apariencias a nivel internacional, pero a estas alturas ya no engaña a nadie.
En Cisjordania sigue la progresiva ocupación israelí del territorio palestino. El pasado mes de agosto, la administración israelí arrancó en solo dos días diez mil olivos (información del diario catalán Ara, 12 de octubre), de cuyo cultivo vivían muchos palestinos. En dos años, las cabezas de ganado han quedado reducidas a un 10%. Los palestinos solo tienen el territorio, el cultivo y el ganado, e Israel poco a poco se va quedando con todo. A los palestinos que protestan contra los colonos israelíes les disparan a matar.
El futuro no va a ser mucho mejor que el presente, pero cuando las cosas están tan mal, cualquier pequeña buena noticia es una gran alegría, como la firma de este acuerdo de paz entre Hamas e Israel, celebrado con igual entusiasmo por los palestinos de Gaza y por los ciudadanos israelíes que llenaron la Plaza de los Rehenes de Tel Aviv. Su alegría es idéntica. Qué pena que no puedan celebrar juntos la vida. Eso sería el Cielo en Tierra Santa.
Seguiré, espero.

