Mensaje del santo padre en el simposio “Plantando bandera frente a la deshumanización” que conmemora los 10 años del Primer Encuentro Mundial de Movimientos Populares con el papa Francisco.
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy nos encontramos conmemorando un momento que ha marcado nuestra historia común, la de ustedes y la mía. Se cumplen diez años del primer encuentro mundial de movimientos populares. Aquel día, en Roma, plantamos una bandera: Tierra, techo y trabajo son derechos sagrados. Que nadie les quite esa convicción, que nadie les robe esa esperanza, que nadie apague sus sueños.
La misión de ustedes es trascendente. Si el pueblo pobre no se resigna, se organiza, persevera en la construcción comunitaria cotidiana y a la vez lucha contra las estructuras de injusticia social, más tarde o más temprano, las cosas van a cambiar para bien.
Ustedes salieron de la pasividad y el pesimismo, no se dejan abatir por el dolor ni el “no se puede hacer nada”. Ustedes no aceptaron ser víctimas dóciles. Se reconocieron como sujeto, como protagonistas de la Historia. Este es, tal vez, su aporte más lindo: no se achican, van al frente. Tampoco trazan planes en el aire, no escriben documentos ideológicos, no se la pasan de conferencia en conferencia: van paso a paso sobre la tierra firme de lo concreto, trabajan cuerpo a cuerpo, persona a persona. No solo protestan -que está muy bien- sino que realizan innumerables obras, incluso desde la más absoluta precariedad de medios, a veces sin ninguna ayuda del Estado, otras veces perseguidos. Los acompaño en su camino. Sigo creyendo, como les dije en Bolivia, que de la acción comunitaria de los pobres de la tierra depende no sólo su propio futuro, sino tal vez el de toda la humanidad.
Sí, de los pobres dependemos todos, todos, también los ricos. Lo dije al principio de mi pontificado: “Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera, y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y, en definitiva, ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales”. Se que molesta, pero es la verdad.
Algún hermano me ha dicho: “Padre, usted habla mucho de los pobres y poco de la clase media”. Puede ser cierto, les pido perdón. Cuando el Papa habla, habla para todos porque la Iglesia es para todos. Pero no puede sustraerse de la centralidad de los pobres en el Evangelio. No es el Papa, sino Jesús, quien los pone en ese lugar. Es una cuestión de nuestra fe que no puede negociarse.
Algún hermano también me dijo: no sea tan duro con los ricos. Reconozco, claro, que los empresarios crean puestos de trabajo y contribuyen a la prosperidad económica. Es justo decirlo. Lo he dicho en Singapur, viendo el magnífico bosque de rascacielos que atestiguan ese aporte. Sin embargo, los frutos de la prosperidad económica no se reparten bien. Esta es una realidad evidente que, si no se modifica, va a engendrar peligros cada vez mayores. Si no hay políticas, buenas políticas, políticas racionales y equitativas que afiancen la Justicia Social para que todos tengan tierra, techo, trabajo, un salario justo y los derechos sociales adecuados, la lógica del descarte material y el descarte humano se va a extender dejando a su paso violencia y desolación.
Lamentablemente, muchas veces son precisamente los más ricos los que se oponen a la realización de la justicia social o la ecología integral por pura avaricia. Disfrazan esta avaricia con ideología, pero es la vieja y conocida avaricia. Entonces, presionando a los gobiernos para que sostengan malas políticas que los favorecen económicamente. El diablo entra por el bolsillo, no se olviden.
Escuché que algunos de los hombres más ricos del mundo reconocen esto. Dicen que el sistema que les permitió amasar fortunas extraordinarias -y permítanme agregar, ridículas- es inmoral y debe ser modificado. Que debe haber más impuestos a los billonarios. Eso está muy bien. Rezo para que los económicamente poderosos salgan del aislamiento, rechacen la falsa seguridad del dinero y se abran para compartir los bienes que tienen un destino universal porque todos derivan de la Creación.
Es difícil que eso pase, pero para Dios todo es posible. Si ese porcentaje tan pequeño de billonarios que acapara la mayor parte de la riqueza del planeta se animara a compartirla… qué bueno sería para ellos mismos y qué justo sería para todos. Les pido de corazón a los privilegiados de este mundo que se animen a dar este paso. Van a ser mucho más felices.
Pero también dije hace tiempo: “los pobres no pueden esperar”. Si los movimientos populares, no reclaman, si ustedes no gritan, si ustedes no luchan, si ustedes no despiertan conciencias, las cosas van a ser más difíciles. Les pregunto a ustedes, también a las personas de clase media que cada vez tienen que sacrificarse más para llegar a fin de mes, a las personas que tienen que pagar alquileres altísimos, que no pueden ahorrar, que tal vez dejan a sus hijos una situación peor a la que recibieron: ¿creen que los más ricos van a compartir lo que tienen con los demás o van a seguir acumulando insaciablemente?
No tengo el monopolio de la interpretación de la realidad social. Tampoco tengo la bola de cristal (no existe ninguna bola de cristal mágica, esas son estafas). Si veo que avanza una forma perversa de ver la realidad, que exalta la acumulación de riquezas como si fuera una virtud. Les digo: no es una virtud, es un vicio. Acumular no es virtuoso, distribuir sí lo es. Jesús no acumulaba, Jesús multiplicaba y sus discípulos distribuían. Acuérdense que Jesús nos dijo: “No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón”.
La competencia ciega por tener más y más dinero no es una fuerza creativa, sino una actitud enfermiza y un camino a la perdición. Esa conducta irresponsable, inmoral e irracional está destruyendo la creación y dividiendo a los pueblos. No dejemos de denunciarla.
El grito de los excluidos también puede despertar las conciencias adormecidas de tantos dirigentes políticos que son, en definitiva, los que deben hacer cumplir los derechos económicos, sociales y culturales que ya están consagrados pero no se cumplen. Derechos reconocidos por casi todos los países, por las Naciones Unidas, por la doctrina social de todas las religiones, pero que muchas veces no se manifiestan en la realidad socioeconómica de los pueblos. Recemos para que Dios nos dé la sabiduría y la fortaleza para realizar la verdadera justicia social.
La Justicia Social es inseparable de la compasión. En Indonesia hablé de esto. ¿Saben qué es la compasión? Seguro que sí. La compasión significa padecer con el otro, compartir sus sentimientos. Es una palabra hermosa. Como sabemos, en efecto, la compasión no consiste en dar limosna a hermanos y hermanas necesitados, mirándolos de arriba hacia abajo, viéndolos desde las propias seguridades y privilegios, sino al contrario, compasión significa hacernos cercanos unos a otros. Sea que compartimos los mismos padecimientos, sea que nos conmovemos con el sufrimiento de otros. La verdadera compasión construye la unidad de los pueblos y la belleza del mundo.
Las ideologías deshumanizadas promueven la “cultura del ganador” que es un aspecto de la “cultura del descarte”. Algunos llaman a esto “meritocracia”, otros no la nombran pero la practican. Es gente que, parada sobre ciertos éxitos mundanos, se siente con el derecho de despreciar en forma altanera a los “perdedores”. Es paradójico que muchas veces las grandes fortunas poco tienen que ver con el mérito: son rentas o herencias, son fruto de la explotación de personas y expoliación de la naturaleza, son producto de la especulación financiera o la evasión impositiva, derivan de la corrupción o el crimen organizado.
Nadie, meritorio o sin méritos, tiene derecho a mirar desde arriba al otro, como si no valiera nada. Esa actitud altanera es lo contrario a la compasión: regodearse en la propia supremacía frente a quien está peor. Esto no pasa solo con los más ricos, mucha gente cae en esta tentación. Es la gran tentación de nuestro tiempo. Mirar desde lejos, mirar desde arriba, mirar con indiferencia, mirar con desprecio, mirar con odio. Así se gesta la violencia: el silencio de la indiferencia habilita el rugido del odio. El silencio frente a la injusticia abre paso a la división social, la división social a la violencia verbal, la violencia verbal a la violencia física, la violencia física a la guerra de todos contra todos. Ahí está la cola del diablo.
La imagen más linda de compasión es levantar al caído, como en la parábola del Samaritano. ¿Se acuerdan de lo que hablamos en nuestro encuentro durante la pandemia? Les dije que, además de poetas sociales, eran samaritanos colectivos. Cuántos de ustedes fueron parte del ejército invisible que junto a los trabajadores de la salud alimentaron, curaron y visitaron a los que caían por la pandemia. Ustedes se levantan juntos y levantan a otros. Todos debemos hacerlo.
La actitud contraria es “dejar tirado”, y, a veces, además, burlarse del caído. Después vienen las excusas, “Acaso soy el guardián de mi hermano”, “No tengo tiempo, que se ocupe otro”, “Es su culpa, no miró por dónde pisaba, se metió en un camino peligroso, no era suficientemente inteligente, no se esforzó como yo”. Esa actitud no es cristiana, tampoco es la actitud de un hombre de buena voluntad: ¡Nosotros levantemos al caído, siempre, siempre! A todos los caídos, buenos o malos, con méritos o sin ellos, porque todos somos hermanos y hermanas. Que nadie quede tirado.
Hace unos días, cuando visité la Escuela “Irmãs Alma” (Dili, Timor Oriental), me salió del corazón esta frase: “Sin amor esto no se entiende”. Si se elimina el amor como categoría teológica, ética, económica y política, perdemos el rumbo. En la matemática avara de la conveniencia, el individualismo y la acumulación no hay lugar para eso. Con el velo negro del desamor, caemos siempre en alguna forma de “darwinismo social”. ¿Saben qué es eso? La ley del más fuerte, que justifica primero la indiferencia, después la crueldad y, finalmente, el exterminio. Eso viene del Maligno.
La justicia social, también la ecología integral, sólo se entiende a partir del amor. El derecho natural a la dignidad que merecen todas las personas, el mandato que tenemos todas las sociedades de garantizar la satisfacción de las necesidades básicas, la obligación universal de preservar la naturaleza para quienes vienen después de nosotros, nada de eso surge de una ideología ni de una tabla de multiplicar, sino del amor. No nos olvidemos de que “sin amor no somos nada”.
Todos tenemos la misión de hacer efectivo ese amor en nuestra vida cotidiana, en nuestras relaciones familiares y en la acción específica de cada espacio comunitario. En las microrelaciones y en las macrorelaciones. Ha visto muchas veces que en lo pequeño y desde las periferias surge esa gran esperanza del corazón, que nos anima a elevar la mirada hacia lo alto, hacia horizontes más extensos, que nos da la fuerza para acometer proyectos de gran alcance que abracen a más y más personas. Que la luz de cada experiencia comunitaria concreta irradie su luz para que la humanidad toda pueda cruzar las oscuras quebradas y retomar el camino correcto.
Retomar el camino es generar una sociedad distinta, pero no desde lógicas refundacionales que, en definitiva, terminan reproduciendo la cultura del descarte, en este caso, del descarte cultural. Miremos con gratitud la historia que nos ha precedido. Ese es nuestro cimiento. Que nadie nos robe la memoria histórica y el sentido de pertenencia a un pueblo.
Hace poco advertí a los timorenses de ciertos cocodrilos que quieren cambiarles la cultura, morderles la historia y hacerles olvidar lo que son… El colonialismo material y el colonialismo ideológico van siempre juntos devorando la riqueza material e inmaterial de los pueblos.
Los valores universales, en cambio, crecen desde las raíces de cada pueblo, desde su propia belleza que aporta un nuevo plano al poliedro maravilloso de la familia humana y la casa común. Hay intereses que son globales, pero no universales. Recordemos esto: globales pero no universales. Buscan uniformar y someterlo todo. Tengan cuidado con eso porque los cocodrilos vienen camuflados; tengan cuidado, pero no tengan miedo.
La cobardía lleva a muchos políticos a cambiar sus convicciones por sus conveniencias. Los pasaron por la amansadora de grandes medios, las redes sociales, tuvieron miedo y claudicaron. Adoptan entonces posturas servil frente a los económicamente poderosos como en aquella escena del Libro de Daniel en la que “los altos funcionarios, autoridades, gobernadores, asesores, tesoreros, jueces y magistrados” se postraron a rendir culto a una estatua de oro para salvarse del horno. Renegar de los ideales nobles y generosos para servir al Dinero o el poder es una gran apostasía. No pasa solo con los políticos, pasa con los dirigentes sociales, sindicales, con los artistas e intelectuales… y también con nosotros, los sacerdotes.
Caer en gracia a los dueños del poder real trae ventajas, ayuda a trepar en la pirámide burocrática del poder formal… pero es una traición. Esa es la esencia de la corrupción. Esto a veces pasa de manera abierta, con discursos inhumanos que se convierten en políticas injustas por acción; otras veces pasa de manera encubierta, con discursos edulcorados que también se convierten en políticas injustas por omisión. Para descubrir de qué madera está hecho un dirigente no hay que escuchar tanto lo que dice: hay que ver lo que hace. La realidad siempre es superior a la idea.
Ustedes tienen que ayudar a los políticos para que no se entreguen a los cocodrilos, para que no se arrodillen ante la estatua de oro por miedo al horno. Ustedes tienen que ser custodios de la Justicia Social. Tienen que estar ahí para recordarles al servicio de quién están. Tienen que estar ahí como la viuda del evangelio, insistiendo, insistiendo, para que hagan justicia. Esa es una táctica que nos enseñó Jesús. Seguramente encontrarán otras, pero por favor, siempre dentro de la no-violencia, por favor siempre trabajen por la paz. La guerra es un crimen.
Quiero detenerme un poco en dos temas finales que hacen a nuestra tarea común entre la Iglesia y los Movimientos Populares. Son temas que me preocupan mucho.
Primero: El narcotráfico, la prostitución infantil, la trata de personas, la violencia brutal en los barrios y todas las formas de criminalidad organizada crecen… crecen sobre la tierra arada por la miseria y la exclusión que en definitiva son su condición de posibilidad. Crecen cuando no hay integración sociourbana y se dejan marginados los barrios de los pobres sin agua, cloacas, luz, calefacción, veredas, parques, centros comunitarios, clubes, parroquias. Crecen cuando en los territorios rurales no hay una adecuada distribución de la tierra, un ordenamiento territorial equilibrado, un apoyo constante a la agricultura familiar y el respeto a la familia rural que termina sometida a poderes criminales. Hay que atacar esas causas estructurales, pero mientras tanto tenemos que enfrentar esto. Las dos cosas al mismo tiempo.
Sé que ustedes no son policías, sé que ustedes no pueden enfrentar directamente a las bandas criminales, pero les pido, por favor, que las enfrenten de manera indirecta: el trabajo de base que realizan ustedes y tantas personas de la iglesia es muchas veces la última barrera de contención. Sigan combatiendo la economía criminal con la economía popular. No aflojen, por favor. Sé que les pido algo difícil, pero es muy necesario. Ninguna persona, sobre todo ningún niño, puede ser una mercancía fungible en manos de los traficantes de la muerte, esos mismos que luego blanquean su dinero ensangrentado y cenan como caballeros respetables en los mejores restaurantes.
También quiero hablarles de otras situaciones destructivas que se están metiendo en los sectores más pobres pero afectan a todas las clases sociales: las apuestas online y el mal uso de las redes. Me da tanta tristeza ver que los partidos de fútbol y las estrellas deportivas promueven plataformas de apuestas. Eso no es un juego, es una adicción. Es meterle la mano en el bolsillo a la gente, sobre todo a los trabajadores y los pobres. Eso destruye familias enteras. Cuídense de eso y cuiden a los demás. Cuéntenle a todos lo que me contaron a mí, expongan las enfermedades mentales, la desesperación y los suicidios que causa que en cada casa haya un casino a través del celular.
Es una de las cosas malas que trae la tecnología que por otro lado hace tanto bien. Hay que buscar un equilibrio ahí, no puede quedar librado a la lógica de la ganancia. A los empresarios de la tecnología informática, de las plataformas digitales, de las redes sociales, de la inteligencia artificial, les pido: dejen la arrogancia de creer que están por encima de la ley. Sean respetuosos de los países donde funcionan y sean responsables de lo que pasa en las plataformas que controlan.
Ustedes tienen la obligación de evitar la propagación del odio, la violencia, las falsas noticias, la polarización extrema y el racismo. También tienen la obligación de evitar que las redes se usen para diseminar la ludopatía, la pornografía infantil o facilitar el crimen organizado. No pueden expoliar para su exclusivo beneficio los datos que brindan los ciudadanos o que crean las entidades públicas sin devolver algo a los pueblos. Por favor, no se crean superiores y paguen los impuestos.
Toda fortuna es producto del trabajo de muchas personas y muchas generaciones, de inversión pública en conocimientos científicos y del desarrollo estatal de infraestructura. Todas las “maravillas” que hoy tenemos son en parte fruto del ingenio empresario, pero también de la más humilde madre de familia que crió a los hijos de sus obreros. Por eso, además de necesario, es justo que se distribuyan los frutos de tanto esfuerzo intergeneracional y colectivo entre todos los integrantes de la sociedad. Quisiera entonces recordar la propuesta de ustedes, el Salario Básico Universal para que, en tiempos de automatización e inteligencia artificial, en tiempos informalidad y precarización laboral, nadie esté excluido de los bienes básicos necesarios para la subsistencia. Eso es compasión, sí, porque no se explica sin amor… pero además es de estricta justicia.
Para finalizar, queridos hermanos, queridas hermanas: todos hemos cambiado en estos años, algunos están más maduros, otros estamos más viejos. Les confieso algo que pienso mucho últimamente, tal vez sea la edad… ¡Cómo quisiera que las nuevas generaciones encontrasen un mundo mucho mejor al que recibimos nosotros! Sin embargo, tal vez podría decirles que nuestra posteridad va a recibir uno peor: ensangrentado por guerras y violencia, herido por una creciente desigualdad, devastado por la expoliación de la naturaleza, alienado por modos deshumanizados de comunicación, completamente desinformado por formas interesadas de gestión de la información, sin paradigmas políticos, sociales y económicos que marquen el camino, con pocas utopías y enormes amenazas.
En ese contexto, me da esperanza verlos sostener las banderas de tierra, techo y trabajo. Se los agradezco. También sé que han cambiado la composición del comité del Encuentro, que han pasado la posta a otros dirigentes más jóvenes, también me gusta eso. Por favor, no caigan ustedes en el vicio de la acumulación. No caigan en el error de acaparar espacios y aferrarse a ellos. Siempre impulsen procesos, procesos que se renuevan permanentemente. El tiempo no traiciona nunca cuando somos conscientes que el camino no empieza ni termina con uno.
Nuestro camino sigue soñando y trabajando juntos para que todos los trabajadores tengan derechos, todas las familias techo, todos los campesinos tierra, todos los niños educación, todos los jóvenes futuro, todos los ancianos una buena jubilación, todas las mujeres igualdad de derechos, todos los pueblos soberanía, todos los indígenas territorio, todos los migrantes acogida, todas las etnias respeto, todas los credos libertad, todas las regiones paz, todos los ecosistemas protección. Es un camino permanente, habrá avances y retrocesos, habrá errores y aciertos, pero no tengan duda: es el camino correcto.
Les hablo con sinceridad y desde lo más profundo de mi corazón: rezo por ustedes, rezo junto a ustedes, y le pido a nuestro Padre Dios que los proteja y los bendiga, que los llene de su amor y los guíe en su camino, otorgándoles generosamente esa fuerza que nos sostiene, esa fuerza que es la esperanza. No nos cansemos de decir: ¡Ninguna persona sin dignidad!
Y, por favor, recen por mí. Y si alguno de ustedes no puede rezar, que me mande buena onda. Gracias.