Ciudad de México.- A pesar de los esfuerzos informativos y labor de convencimiento que las diferentes autoridades mexicanas han intentado durante la pandemia para que los ciudadanos guarden la sana distancia y pospongan sus celebraciones familiares o religiosas, prácticamente no hay semana en que los medios no consignen estas actividades sociales.
La gente celebra; ya sea entre alertas precisas o mensajes ambivalentes respecto a las medidas sanitarias de distancia y confinamiento preventivo, la dificultad de las autoridades a impedir o moderar las celebraciones ha sido evidente en México y el mundo.
El 25 de abril pasado, por ejemplo, decenas de personas celebraron a San Marcos Huixtoco en Chalco, Estado de México, con música, espectáculos y cohetes: “Es un gusto que no nos olvidemos de nuestras tradiciones y mejor aún de nuestro santo patrón; a mucha gente no le gustará esto, pero no nos vamos a rendir”, escribieron en las redes sociales de los asistentes. Ni las autoridades civiles ni eclesiásticas lograron convencer a los habitantes de ser más prudentes en su tradicional cita festiva.
El sacerdote José Alberto Medel, canciller de la diócesis de Xochimilco (una de las diócesis mexicanas con más expresiones culturales de fiestas religiosas) y profesor en liturgia, intenta explicar este fenómeno: “La religiosidad popular es el sentimiento y la emotividad de lo religioso y, por lo tanto, universal e indomable. Estos actos están ligados al sentimiento religioso de todas las personas, en donde sea”. Medel asegura que los pastores buscan establecer diálogo y negociación con la población que celebra según sus fuertes y arraigados sentimientos, pero que no siempre se logra una buena armonía.
Ha sido el caso de la fiesta en honor al Señor de la Agonía en León, Guanajuato: la parroquia se encontraba cerrada, el sacerdote local intentó por muchos medios convencer a la gente de posponer la celebración o realizarla bajo otra modalidad. Sin embargo, la fiesta se realizó sin ninguna medida de prevención de contagios.
¿Qué es lo que sucede cuando una comunidad se empeña en celebrar a pesar de las advertencias? ¿Qué se puede hacer desde la estructura de la Iglesia católica y qué no está en sus manos? Medel explica: “En todas las comunidades donde hay organizaciones de mayordomías o fiscales hay diálogo con el pastor de la comunidad, en algunos lugares más y otros menos. Son encuentros complejos, que requieren mucha negociación”.
El sacerdote asegura que aun fuera de circunstancias especiales como la pandemia de COVID-19, los sacerdotes buscan moderar y atemperar las cuestiones de religiosidad popular que se hacen desbordantes y que muchas veces quedan fuera de las manos de los ministros:
“En la organización de una fiesta patronal o a un santo de devoción del pueblo, muchas veces, incluso en aquellas comunidades donde se ha logrado un buen y positivo diálogo, en un 90% la fiesta está en manos de fiscales y mayordomos; y apenas un 10% en las manos del sacerdote”.
Para Medel, los casos visibles de fiestas patronales que desafían las recomendaciones de las autoridades son ejemplo del permanente desafío de la Iglesia católica en la evangelización de los pueblos y comunidades: “Aunque uno haga siempre labor de explicar, de hacer ver cómo deben ser las cosas no siempre es fácil. Si la relación interpersonal con el sacerdote es buena, se tiende a ceder con naturales roces por parte de los fieles. Sin embargo, en otras ocasiones, la gente no cede en su idea o pensamiento, sobre todo cuando es ajena a la iglesia institucional; allí es cuando se tornan los problemas más graves”.
El sentimiento religioso o la devoción no necesariamente implica relación con la Iglesia o los sacerdotes; hay fieles sumamente devotos y activos en las fiestas religiosas pero que nunca se acerca a la Iglesia. “Como los grupos suelen tener mecanismos muy específicos para pasar a otros el mando de la fiesta eso hace que la gente que le toca organizar la celebración muchas veces sea ajena a la religión. En estos casos, aunque se quiera negociar o dialogar, son ellos los que deciden y organizan los actos por encima de la decisión de los sacerdotes”, comenta el canciller.
Bajo ese panorama, la mayoría de las fiestas religiosas fuertemente arraigadas en la cultura de los pueblos y comunidades se celebran gracias a que los sacerdotes tienen una disposición a no generar conflictos, “y al final cedemos demasiado”, confiesa el religioso.
Para Medel, las diferentes expresiones de la religiosidad popular son un fenómeno con muchos rostros, con muchas aristas en el que se tienen que conjuntar muchos factores para que las cosas funcionen bien: “A veces el sacerdote tiene la mejor disposición y los grupos no la tienen; o al revés, los grupos tienen ganas de ser acompañados por el ministro y éste, no los asiste. Es más, a veces los sacerdotes y los grupos se ponen de acuerdo, pero nunca faltan algunas personas que con insidia se oponen a los acuerdos por cuestionar la tradición y recriminan la influencia del cura en la población”.
Las fiestas que se han realizado a lo largo y ancho del país, la participación de las poblaciones en romerías y celebraciones dedicadas al santo patrono del pueblo, a alguna efigie religiosa o fecha especial, representan un desafío permanente a la evangelización: “Es la evidencia de que debemos los sacerdotes mantener el diálogo con la gente. Dialogar, acompañar; no hay una formula. Requiere una actitud de vigilancia permanente del sacerdote sobre lo que va ocurriendo en la comunidad”.
“Los pastores tenemos que descubrir el valor de la religiosidad popular en nuestras comunidades; sin pretenderla cambiar porque, al ser un sentimiento profundo personal y compartido, es indomable. No puedes obligar a nadie a sentir lo que quieres que sienta. Pero sí puedes, con la evangelización, ayudar a que aquello que sienten esté encaminado, en nuestro caso como Iglesia católica, al Evangelio”, afirma el ministro.
El canciller Alberto Medel concluye que, en la Diócesis de Xochimilco, la larga experiencia de los ministros al acompañar los cientos de mayordomías y fiscalías en la región de Tláhuac, Xochimilco y Milpa Alta ha favorecido -no sin su dificultad- el encontrar cooperación y consonancia en tiempo de cuarentena: para celebrar las tradiciones y, al mismo tiempo, comprender la responsabilidad que urge a la sociedad hoy.