El fantasma de un nuevo cisma en la Iglesia ronda entre las élites de pensamiento y jerarquías católicas; la mayúscula palabra está en boca de muchos -quizá demasiados- obispos y cardenales que, no hay que explicar, influyen decididamente entre los fieles.
Si bien algunos conjuran su existencia; parece que la absoluta mayoría de fieles intenta mirar los vasos comunicantes que logran mantener el sano equilibrio entre la doctrina y la comunión. Fieles que, a pesar de las andanadas e intentos de confusión separatista, buscan seguir con fidelidad la tradición y el Evangelio, con la humildad de reconocerse transitorios en la historia de la salvación.
Hay que ser claros, estas tensiones no iniciaron con las estatuillas indígenas o el Sínodo de la Amazonía, vienen creciendo y enrareciéndose desde que conocimos los primeros matices de lenguaje, las opciones pastorales y el estilo de gobierno del papa Francisco. Inició cuando el propio pontífice decidió salir del Palacio Apostólico para descansar cada final de jornada en Casa Santa Marta, afectando sin duda las dinámicas largamente afianzadas en las ‘logge Vaticane’.
Pero quizá la audacia más grande de Francisco ha sido el cambio en los trabajos sinodales. No sólo ha optado por nuevos estilos de diálogo, también ha experimentado novedosos mecanismos de participación, de libertad ante los análisis y de consulta transversal ante propuestas que pretenden “informar y perfeccionar el orden de las realidades temporales con el espíritu cristiano”.
Por estas audacias, el papa Francisco ha recibido desde gentiles ‘dudas’ hasta abiertas acusaciones de herejía por permitir la expresión siquiera de las preguntas difíciles en los instrumentos de trabajo. Cada sínodo presidido por el pontífice ha sido un esfuerzo de renovación, de reactivar la estructura conciliar de manera creativa, de actualizar la metodología “Ver-Juzgar-Actuar” del siglo XX en un nuevo método que bien podría ser: “Ver, dialogar y discernir actuando”.
Francisco parece proponer el amalgamiento del juzgar con el actuar; y por ello la periferia puede expresarse en el centro del diálogo. Pareciera que, para el pontífice, si el juicio se encuentra lejano de la vida y el contacto cercano con la realidad, aquel puede propiciar malinterpretaciones y dureza de corazón desde ciertas posiciones de suficiencia intelectual o moral.
Para ser más claros: el pontífice ha lamentado la existencia de católicos “que piensan más por la desesperación de estar en cartelera, por ocupar espacios, por aparecer y mostrarse, que por remangarse y salir a tocar la realidad sufrida de nuestro pueblo fiel (…) El Pueblo de Dios no espera ni necesita de nosotros superhéroes, espera pastores, consagrados, que sepan de compasión, que sepan tender una mano”, como dijo ante sacerdotes, religiosos y seminaristas de Chile.
Ese es todo el perfil del fantasma cismático y, por desgracia, ha encontrado la excusa perfecta en una simple efigie indígena cuyas lecturas levantan las pasiones más diversas. En ese pequeño infierno se ahogan todos los escándalos que llegan hasta la puerta y los oídos de los pastores católicos, al menos de los del nuncio apostólico en México, Franco Coppola.
Todo esto quizá pase por la mente de los obispos mexicanos que esta semana tienen su 108ª Asamblea Plenaria; pero sabemos que sí está en los pensamientos del nuncio: “De suyo, a veces me he encontrado con católicos que, del Santo Padre y de su magisterio, casi sólo conocen lo que con maligna tenacidad difunden quienes le son contrarios, a él y/o a la Iglesia. Y es, sin duda, muy lamentable que haya religiosos que, en lugar de pedir humildemente explicaciones a quien pueda dárselas, se arrogan el derecho de juzgar y condenar al Papa; y lo hacen públicamente, causando confusión entre los fieles”.
¿Qué definiciones en comunión habrán de tomar los obispos de México respecto a esta realidad? Es un hecho que la gran mayoría de ellos conoce, se inserta, se compromete e implica a profundidad en sus diócesis y que, colegiadamente, han sido capaces de emprender caminos de largo aliento como lo confirma el Plan Global de Pastoral 2031+2033.
Como obispos a ras de suelo quizá sean testigos de experiencias pastorales de ‘frontera’ como las que compartió el nuncio Coppola: “Puedo decir, por ejemplo, que en el país africano donde tuve oportunidad de servir antes de venir a México, un signo de dar honor es el quedarse sentado y no el ponerse de pie. Por lo cual el Evangelio mismo se escucha sentado, y hasta durante la Consagración también permanecen sentados. En todas las zonas indígenas de México existen, entre sus moradores, rituales perfectamente católicos, pero que para quien no los conoce, podrían parecer paganos o casi paganos. Y me viene a la mente la celebración en México del ‘día de los muertos’. El que mexicanos hagan altares de muertos en México, es algo normal: todo mexicano sabe lo que significa y conlleva; pero, si se hace en algún otro país del mundo, en donde no se conoce lo que el mexicano sí conoce, ¿sería justo que muchos lo juzguen como pagano e idolatría?”
Es claro que aquellas situaciones sin duda escandalizarían a no pocos puristas del catolicismo europeo (aunque la misma Europa vive sus propias inculturaciones contemporáneas); pero es justo afirmar que la gran mayoría de aquellas se intentan comprender, purificar e inculturar como contextos de realidad y la cultura en el inescrutable camino del Pueblo de Dios en la Historia de su Salvación.
De allí la importancia del método que intuimos favorece el papa Francisco: Ver, para reconocer la realidad; dialogar, para contrastar nuestras certezas; y discernir actuando, para reconocer la interpretación del mensaje evangélico sin perder el contacto con los más humildes. Francisco exaltó justo esta actitud de la santa mexicana, Guadalupe García Zavala: “Madre Lupita se arrodillaba en el suelo del hospital ante los enfermos, ante los abandonados para servirles con ternura y compasión. Y esto se llama tocar la carne de Cristo. Los pobres, los abandonados, los enfermos, los marginados son la carne de Cristo. Y Madre Lupita tocaba la carne de Cristo y nos enseñaba esta conducta de no avergonzarnos, no tener miedo, no tener repugnancia de tocar la carne de Cristo. Madre Lupita había entendido que significa esto de tocar la carne de Cristo”.
Esta es la definición en comunión que buscarán tomar los obispos mexicanos, un discernimiento en acción, en salida, incluso con el riesgo de accidentarse; porque la otra opción es mirar desde las altas almenas e intentar pastorear a la grey sin reconocerse inmersos en la compleja cultura de este radical cambio de época.