Es un horror. Verdaderamente es un horror. No hay más forma de describirlo que con esta palabra que cala en lo profundo de nuestra conciencia. Quien no se horroriza al verlo tengo la certeza de que le faltan entrañas, no tiene humanidad, no hay empatía, seguro que no posee un corazón.
Dicen que encontraron más de 200 pares de zapatos, decenas de bolsas, docenas de vestimentas polvosas y desgarradas… y algunos lugares que hacían las veces de crematorios, en donde se detectaron restos de cuerpos humanos calcinados.
Un maldito infierno.
Allí en este lugar cercano a Guadalajara se encontraron restos de hombres, mujeres, jóvenes, niños y niñas, que acabaron en cenizas en los crematorios. Algunos lograron escapar y están contando los horrores que vivieron allí y que vieron todos los delitos que se cometieron.
Recordar que ese infierno fue descubierto hace algunos meses por las autoridades de seguridad. Aquí sobran los adjetivos políticos o los partidos de donde emergieron las autoridades del lugar, del estado o del país. El infierno no tiene partidos.
El caso es que estaba casi a la vista de todos -o por lo menos, de las autoridades- y nadie descubrió nada.
Cuando voy leyendo la descripción del lugar, lo que se descubrió y lo que se vivió no me cabe duda. Esta sociedad en la que sobrevivimos se ha convertido en un lugar impropio para la vida y para la Vida. Y todos tenemos culpa. Nos hemos dejado arrastrar por la violencia a tal grado que no nos asombran estos descubrimientos: es parte de la vida cotidiana, que incluso ven los niños.
Este maldito infierno hace recordar, por supuesto, lo sucedido en los campos de concentración nazi. Y me hace recordar la banalidad del mal, descrita por Hanna Arendt.
En estas reflexiones, me paré frente a mi librero principal. Allí estaban los libros de historia, algunos referentes a la segunda guerra mundial (ya dije que ninguna guerra merece ni de cerca las mayúsculas). Pero me fui a un lado, en donde tengo los textos de actualidad y análisis de la realidad. Allí estaba esperándome para recordar esos infiernos. Auschwitz: última parada, cómo sobreviví al horror (1943-1945), escrito por el judío holandés Eddy de Wind.
No es una novela. Pareciera que es el único escrito sobre Auschwitz elaborado enteramente dentro de los campos de concentración. Y narra el horror desde adentro.
Eddy es médico. Su esposa, enfermera. Ambos son judíos y son deportados a Auschwitz en 1943, a diferentes barracones. Ella, incluso a donde se realizan diversos experimentos “médicos” con el feroz Mengele.
El libro tiene el mérito de haber llegado a nuestras manos con toda la carga emocional de quien lo escribe en los momentos exactos cuando ocurrieron. No abundan el trabajo de concientización de los hechos, de pensarlos y luego llevarlos a la pluma. Están tal cual narrados como se experimentaron. Ello, con una falta de edición a propósito para no quitar el horror que se sucedía a cada frase.
Es, pues, un libro en donde se van vertiendo los sucesos como si se fueran contando en viva voz justo minutos después de haber pasado.
El maldito infierno.
No hay pausa en el horror. Eddy, para salvarse de esa terrible realidad, piensa a cada momento en el futuro al lado de su esposa, a quien ve de vez en cuando en los momentos de pausa en el campo de concentración al caer la tarde.
Ese sucesivo pensamiento en ella y lo que vivirán ambos es lo que permite no hundirse en el lodazal emocional a De Wind. El horror lo sigue viviendo, pero la forma de asumirlo para que le haga menos daño es diferente. Esto le permite analizar un tanto la situación de sus compañeros en los barracones de Auschwitz. Un reseñador dice de este texto: “Y mientras mantiene esta motivación para continuar vivo, se detiene en retratar algunos personajes de su alrededor: aquellos que tenían años en el campo y que se habían acostumbrado a convivir con la miseria humana, pasando por otros que -como él- acababan de llegar y no comprendían que el infierno en la tierra existía”.
Eddy lo concentra en una frase demoledora. “No podía creer que fuera a morir aquí, pero tampoco podría creer ya en la vida”.
Y sí. Los infiernos aquí en la tierra existen. Y existen para demostrarnos la falta de humanidad en muchas de las personas que, como en Teuchitlán, no tienen tiempo ni conciencia ni corazón para detenerse y pensar en que quienes están enfrente de ellos son personas humanas y que tienen y merecen la misma dignidad que cualquier de nosotros.
Los infiernos de Auschwitz y de Teuchitlán nos recuerdan entonces y ahora lo lejos que estamos de una auténtica humanidad.
El maldito infierno.
… y a pesar de todo, ¡hay vida! También un poco de vino tinto. Nos leemos la próxima.