Ciudad de México.- El sábado 28 de septiembre, la porción sureste de la Arquidiócesis de México fue desmembrada para crear el nuevo territorio diocesano autónomo de Xochimilco. Una nueva diócesis compuesta por las alcaldías Milpa Alta, Tláhuac y Xochimilco.
De las nuevas tres diócesis creadas por el papa Francisco, Xochimilco es quizá la que se encuentra en una situación delicada y debilitada: Tras los sismos de septiembre de 2017, los templos de la zona montañosa y lacustre de la capital fueron los más afectados. En concreto, unos 28 templos de la nueva diócesis tienen daños de ligeros a moderados y 10 más están completamente inutilizados.
Andrés Vargas Peña, quien hasta el viernes era obispo auxiliar para esa zona pastoral de la Arquidiócesis Primada de México, ha asumido la titularidad de la diócesis con todas las potestades y responsabilidades como obispo y pastor: gobernar, enseñar y consagrar. En sus reflexiones, la diócesis de Xochimilco asume un reto mayúsculo con las parroquias y capillas disminuidas o inaccesibles; pero considera que hay una riqueza profunda en sus comunidades y la actitud de compromiso de sus sacerdotes.
“Sabemos que esto requiere de nuestra parte, una buena actitud de servir al Evangelio con pobreza, con audacia, con la confianza Él y en el sentido fraterno”, dice el obispo Vargas.
A dos años de distancia, las heridas de los sismos han trastocado las dinámicas de sus templos, sus procesos de catequesis, sus celebraciones y, por supuesto, la afluencia de fieles. Es el caso del templo de San Bernardino de Siena (hoy catedral), en la Misa de Niños asistían hasta 600 infantes, hoy apenas suman un centenar.
La catedral se mantiene cerrada a la feligresía, y sucede igual con otros diez recintos: “Los templos son importantes por dos motivos, porque son el corazón de sus comunidades y porque son recintos históricos. Para nosotros son el centro en el que converge la vida, las costumbres, las tradiciones y la identidad cultural de sus pueblos y comunidades. Sí, son también bienes culturales y patrimonio de todos los mexicanos, por ello es grave el deterioro que se acentúa en los inmuebles por las inclemencias del tiempo”. Las heridas físicas en los templos se agudizaron y las peticiones de que los recursos económicos de la federación se liberen para rescatar este patrimonio nacional caen en procesos largos y complicados.
“Sin embargo, esta es una Iglesia en camino, los hermanos presbíteros lo tienen muy claro. Lo que está en nuestras manos es organizarnos, con una actitud muy serena. No ignoramos los retos y sabemos que muchas cosas nos pueden tomar bastante por sorpresa”, reconoce Vargas Peña.
“Me da la impresión de que muchas de las personas que no comparten la sensibilidad de los pueblos sólo perciben nuestras iglesias como monumentos históricos o culturales, que sí lo son bendito sea Dios, pero son principalmente espacios vivos. Son símbolo y alma de los pueblos, no sólo es que estén dañados; es lo que para la gente simboliza que una expresión, que es sinónimo de vida, de referencia, de expresión y de camino es afectado. Y a ellos les da la impresión de que muchas veces ni nosotros como Iglesia ni las autoridades les atendemos”.
El obispo refiere que el ánimo de los sacerdotes es bueno, comparten lo que pueden con sus comunidades disminuidas y se mantienen cercanos a ellas a pesar de las dificultades: “Los he admirado y reconocido públicamente, porque en el sismo y en las secuelas han estado cerca de la gente. Reto a cualquier institución a que demuestre que ha estado cercanos como los sacerdotes”.