Al iniciar el año 2024, con un espíritu renovado por la gracia del acontecimiento del Emmanuel, así como frente a los desafíos que se nos presentan principalmente por este Cambio de Época que vivimos, es tiempo de renovar nuestra gratitud y oración por la persona y ministerio del Papa Francisco.
Él continúa con tenacidad toda una reforma eclesial, en clara sintonía con sus predecesores, el Magisterio Latinoamericano reciente -particularmente Aparecida- y con el Concilio Vaticano II.
Es de agradecer su servicio y testimonio, marcado por:
- Vivir y ofrecer la experiencia gozosa y alegre de la Redención, en Cristo Resucitado, al servicio de la salvación del mundo, de manera encarnada, sin espejismos ni ansias por la perfección, como lo expuso en su programa pontificio, la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. Sabe que nuestra misión fundamental de evangelizar la cultura no puede quedarse en pietismos, intimismos sino que está llamada a transfomrar nuestras ideas fuerza, los paradigmas con los cuales vivimos la realidad histórica concreta, como seres individuales, sociales, económicos, políticos, educativos, ambientales, culturales, entre otros.
- Lo anterior necesita de una conversión, de un proceso educativo, que requiere un acuerdo, un Pacto Educativo Global, que ha propuesto al mundo desde antes de la Pandemia Covid-19, entre los distintos agentes, principalmente con las familias, directivos escolares, maestros, sociedad civil, autoridades de los distintos niveles de gobierno, organismos internacionales, sector empresarial, medios de comunicación, entre otros. Es urgente, afirma, levantar un nuevo modelo de desarrollo humano, integral, solidario y sustentable, en bien de la casa común, en continuidad con el Magisterio Social del querido Papa Benedicto XVI, expuesto en Caritas in veritate. Lo anterior, rompiendo visiones que acentúan el relativismo, la secularización, la cultura del descarte, la tecnocracia, entre otros.
- Mira y se compromete con la humanidad en su conjunto, más que limitarse a asegurar el propio status eclesial, ordenamientos, estructuras, etc. A sabiendas de que la Evangelización de la Cultura, misión central de la Iglesia, requiere integración, una visión global, entrega, paciencia. El espíritu renovador del Papa Francisco busca establecer siempre puentes, derribar muros, evitar clasificaciones que se quedan en reduccionismos ideológicos, que generan cómodos esquemas identitarios de gestión de la realidad, que reducen la comprensión amplia y profunda de la dignidad humana, del ser todos hijos de Dios. Paradójicamente, al hacerlo de manera tan auténtica, “se gana” las críticas de unos y de otros, de aquellos que viven afirmando los distintos extremos de la realidad.
- Cierra las puertas a la autorreferencialidad, a la conciencia aislada, al “siempre se ha hecho así”, y nos coloca siempre como don y gracia, como luz y acogida. En esta tesitura, son muy importantes sus gestos, sus signos, sus encuentros de diálogo con todos: inter-religiosos, inter-generacionales, inter-eclesiales, inter-sectoriales, para tratar temas complejos: una nueva economía, el cambio climático, las migraciones, la paz, la educación, la inclusión social de las personas de la tercera edad, los no nacidos, entre otros muchos temas.
- Llama constantemente a ser una Iglesia en salida, que representa su convicción de ser entrega, en la lógica del don y la gratuidad, en continuo diálogo y encuentro, realizando con plena libertad su ministerio petrino, de gobierno, enseñanza y celebración gozosa. La urgencia es salir al encuentro de los más alejados y débiles. Sólo hay que ver su agenda en los viajes apostólicos. El Papa sabe perfectamente que la Iglesia está en el mundo, pero no es del mundo, y por ello, constantemente abre puertas, posibilidades sin modificar la doctrina de la Iglesia. Él afirma no sólo con ideas o escritos, que Dios es amor; lo experimenta y ejercita, arriesgando en todo momento por los más alejados. Por ello convocó un Jubileo de la Misericorida y ahora, promueve el Jubileo propio del año 2025, entre otros muchos gestos.
- Ejercita constantemente su inteligencia espiritual, cimentada en su visión amplia y profunda de Dios y de la condición humana. Por ello, nos ayuda a discernir evangélicamente nuestros desafíos en la construcción del bien común y la paz, dando prioridad al todo y no sólo a las partes; a la unidad y no al conflicto; a la realidad y no a las puras ideas; al tiempo que es gradual, programático, y no al espacio que es rígido, inamovible.
- Nos aleja de toda tentación pelagiana, de convertirnos en una aduana de la gracia. Por ello sabe que lo importante no son las cosas de Dios, sino Dios mismo. Nos convoca, así, a tiempo y destiempo, a vivir primereando, misericordiando a todo el que se acerca, sin dejar de ofrecer la salvación a todos. Él busca la bendición pastoral para todos, sin descartar a nadie, pues todos somos peregrinos, viandantes.
- Nos convoca, gracias a su Eclesiología, particularmente cimentada en la expresión de Pueblo de Dios, a ser para todos y con todos. Él vive en lo que es propio del servicio pastoral, la sinodalidad, es decir la espiritualidad de la escucha, en la certeza de que en este peregrinar experimentamos los límites de nuestra condición humana, pero también la promesa de Cristo, que llevará a plenitud todas las cosas, en su segunda venida. Somos corresponsables y partícipes de la redención, no controladores o jueces. También, nos advierte de la perversidad del maligno, con el cual no se dialoga.
- Anuncia e impulsa una espiritualidad samaritana, en medio de las grandes dificultades históricas que vivimos: guerras, migraciones, cambio climático, populismos, e incluso la incomprensión de muchos miembros de la misma Iglesia Católica que viven su fe en reduccionismos: racionalismos, moralismos y tradicionalismos, principalmente. No deja de servir a su Señor, alimentando y fortaleciendo su paz, concordia y esperanza, en la protección de nuestra Madre, Santa María.
Estos diez años están llenos de novedades, nuevos criterios de acción y directrices de reflexión. Es importante detenernos y escucharle en el todo de su Magisterio. Las grandes luminarias, generan siempre grandes sombras. Es importante quedarse con las primeras y no con las segundas. Sólo en la plenitud de los tiempos, alcanzaremos la perfección. Dejemos a Dios ser Dios.
* Pbro. Eduardo Corral Merino es sacerdote de la Arquidiócesis de Morelia. Hizo sus estudios de Filosofía en la Universidad de Navarra, España, y de Teología en la Universidad Pontificia Gregoriana, de Roma, Italia. Además se graduó de la Licenciatura en Derecho por la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México, y tiene el grado de Maestro en Ciencias por el Programa en Administración Integral del Ambiente por El Colegio de la Frontera Norte. Actualmente es Secretario de la Dimensión de Pastoral Educativa y de Cultura de la Conferencia del Episcopado Mexicano. Tiene estudios de Doctrina Social de la Iglesia, ha colaborado en el servicio de evangelización a empresarios y es Capellán Nacional Scout.