Lo conocí personalmente el 16 de febrero de 2016. Hace nueve años, exactamente. Era una tarde con viento y sol, que había comenzado como una mañana fresca en Ciudad Juárez. Habíamos llegado muy temprano, porque así lo indicaba el protocolo.
Papa Francisco llegó sonriente y saludaba a derecha y a izquierda, y estábamos muy cerca de la frontera con El Paso. Lo tuve como a dieciséis metros. Un hombre de Dios.
Lo volví a ver el 24 de diciembre. Era una noche fría con una luna esplendorosa. Estábamos en El Vaticano en la Plaza de San Pedro y sentados esperábamos el inicio de la Misa. Lo vi como a cien metros. Un hombre de oración.
Tres días después lo vi de lejos. Él, en el balcón del Palacio Apostólico, y yo en la Plaza de San Pedro. Dirigía el Angelus en un día lleno de sol, medio frío y con centenares de personas que nos arremolinábamos para orar junto con él. Lo vi como a doscientos metros. Un hombre de paz.
No lo he vuelto a ver en persona. Lo veo en los noticiarios, en las redes sociales, en su página de Twitter (ya saben que me niego a llamarle X, porque su nombre se me hace muy equis), en Facebook y, sobre todo, lo veo en sus libros y escritos.
Los que me conocen saben que por sus escritos me decanto por el Papa Benedicto XVI, pero Papa Francisco me llega al corazón de una manera distinta, su sencillez me trae paz, su sonrisa me llena de sosiego, su claridad me contagia de alegría y su coherencia me colma de esperanza.
De hecho, la esperanza es el tema central de su último libro. Lo había anunciado a finales del año pasado para publicarse como libro póstumo, pero decidió publicarlo en el año jubilar que la Iglesia Católica celebra este 2025.
Leerlo en el período en que permanece hospitalizado con gravedad, primero de una bronquitis luego de una neumonía con espasmos bronquiales me ha traído esperanza. Sí, esperanza, porque así se llama el texto: Esperanza.
Es una autobiografía, pero ayudado en la edición por el periodista Carlo Musso. Pero no es el clásico escrito narrado meticulosamente por cronología. Sí lleva un orden más o menos cronológico, pero va y viene narrando hechos, anécdotas y razones. Abundan las anécdotas. También contiene fotografías, muchas del álbum personal del Papa. Me parece entrañable aquella fotografía de Jorge Bergoglio joven sentado recién ordenado sacerdote mientras platica tranquilamente con su madre y corta un pedazo de pastel.
La verdad es que se disfruta leerlo, con esa sencillez de palabra cuya profundidad penetra más fácilmente cuando se escribe sin rebuscamientos.
Mi gran amigo Jorge Traslosheros recomienda leer Esperanza comenzando por su último capítulo. Estoy de acuerdo. Es como un testamento reflexivo. Yo lo leí, cuando ya había acumulado unos ocho capítulos, mientras se anunciaba que Papa Francisco había recaído en su enfermedad luego de unos días de mejoría. Me sirvió para irme detenidamente por esas frases dictadas desde el corazón para introducirme en una oración llena de esperanza.
Esperanza es un libro con mucha humanidad, más que de santidad. Nos introducimos a la vida infantil ordinaria del Papa. Con amigos, escuelas, labores en casa, el futbol… también algunas peleas con sus amigos o enfrentamientos y equivocaciones en el actuar, como cualquier niño de barrio. Papa Francisco no se rubora ante los hechos del pasado en que admite que se equivocó. Sí intenta enmendar y en más de una anécdota contada lo logra. Me parece que expone a una persona en toda la extensión de la persona.
Explica más o menos en forma detallada lo que pasó en el cónclave en que salió electo. Lo que pensó mientras se iba filtrando su nombre o mientras se contaban los votos que acumularon las dos terceras partes de los votos aquella tarde noche de marzo en Roma que luego se quemaron para encender la fumarola blanca que anunciaba a todo el mundo que la Iglesia Católica tenía un nuevo Pontífice.
Confirma lo que se ha dicho hasta el cansancio pero que ha marcado de alguna manera su pontificado: “mientras los cardenales seguían aplaudiendo y proseguía el escrutinio, el cardenal Hummes… se levantó y se acercó para abrazarme: ‘no te olvides de los pobres´”. No se ha olvidado.
Hubiera querido tener más espacio para apuntar algunas ideas que subrayé en el libro, pero no lo tengo. Creo que es mejor que si es posible que lo lean se introduzcan en la vida de este gran ser humano que ha vivido su vida como la aventura de acercarse a Dios y que es capaz de decir que “la vida no se nos ha dado como un libreto de ópera: es una aventura a la que hay que lanzarse” y que continuamente nos recuerda que “el auténtico documento de identidad de Dios es la misericordia”. También la esperanza.
Va por la salud de Papa Francisco.
Nos leemos la próxima. Cada vez queda menos vino tinto, pero ¡hay vida!
* Publicado con la autorización del autor