Esta semana se han conmemorado los 80 años de las bombas atómicas arrojadas en Hiroshima y Nagasaki, que llevaron a la rendición inmediata de Japón y al final de la Segunda Guerra Mundial.
Siempre hablamos más de Hiroshima que de Nagasaki por ser la primera y aquella en la que fallecieron más personas, pero de hecho constituyeron dos tragedias de magnitud descomunal: unos 110.000 muertos en Hiroshima (70.000 en el acto) y otros 80.000 en Nagasaki, e incontables las personas que sobrevivirían en condiciones deplorables.
Las fechas del 6 y del 9 de agosto de 1945 constituyen uno de los hitos más importantes de la historia de la humanidad. Nunca había existido un arma de destrucción tan masiva. No solo eso: con la Guerra Fría posterior, el arsenal nuclear de Estados Unidos y de la Unión Soviética podría haber destruido el planeta entero. En la crisis de los misiles de Cuba de octubre de 1962 se estuvo a un paso de la Tercera Guerra Mundial, que habría sido devastadora.
Llevamos décadas viendo películas de nazis malos, pero no hemos visto ninguna acerca de Hiroshima o de Nagasaki, ni tampoco sobre los bombardeos de Dresde (40.000 muertos), Hamburgo (50.000), en los que la gente corría por la calle consumiéndose por las llamas con temperaturas de hasta 1.000°C, o Tokio (200.000), porque la historia la escriben los vencedores.
Sin embargo, tan importante es rememorar el horror del nazismo como el infierno de las ciudades bombardeadas en las que perecieron cientos de miles de civiles. Por ello hoy debemos recordar Hiroshima y Nagasaki.
Me han recomendado el documental Gente atómica, que todavía no he logrado ver en México. También es impresionante Hiroshima, el primer gran reportaje escrito sobre la bomba atómica, publicado por el periodista americano John Hersey para The New Yorker el 31 de agosto de 1946. El texto es tan largo que ocupó todo el número de la revista. Aún hoy sigue resultando escalofriante.
De joven leí, y me impresionó, el escrito “A los 25 años de la bomba atómica”, del P. Pedro Arrupe, maestro de novicios en el noviciado jesuita cercano a Hiroshima cuando fue arrojada la bomba. Hasta entonces Hiroshima había sido una ciudad tranquila, alejada de los ruidos de la guerra. En su relato, Arrupe explica cómo de pronto, una mañana, temprano, se derrumbó la casa del noviciado. Salió para ver qué pasaba y en aquel momento contempló el hongo atómico subiendo al cielo.
Él, que había sido estudiante de medicina antes de ser jesuita, estuvo durante seis meses con sus novicios ayudando a las víctimas supervivientes. Las heridas por radiación eran desconocidas; él fue aprendiendo a tratarlas con método científico y posteriormente enseñaría lo aprendido a los médicos llegados del extranjero.
Hoy poseen la bomba atómica nueve países: Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia, China, India, Pakistán, Israel y Corea del Norte. Al menos cuatro de ellos están gobernados por presidentes descerebrados. ¿Hacia dónde vamos?
Seguiré, espero.