Ya se están dando pasos para lo que llaman “la nueva normalidad”, que es volver, progresivamente, a las actividades familiares, sociales, laborales, económicas, políticas y educativas de antes, sin las restricciones que hemos padecido por la pandemia del SARS-CoV-2.
Ya se están previendo también los pasos para abrir los templos y las actividades religiosas con 25%, 50% y 100% de fieles, según permitan las condiciones sanitarias. Mucho me temo que este paso se dé en forma imprudente y tengamos rebrotes que nos dañen más. Hay sacerdotes que no han respetado las normas dadas por sus obispos y han hecho celebraciones con presencia de fieles, no sé si por su gran celo pastoral, por presiones de los mayordomos, o por sus carencias económicas.
Es tiempo de mucha prudencia y orden, en bien de la salud comunitaria.
Todos anhelamos volver a la perenne normalidad eucarística, que es la celebración con participación física de fieles. En esta pandemia, me admira la gran cantidad de personas que, desde sus hogares, siguen diariamente la Misa en forma virtual, la mayoría con gran devoción, y sobre todo los domingos.
Son cientos y miles los que, por internet, se han alimentado de la Eucaristía. En mi parroquia nativa, que es pequeña, en domingos sin pandemia se celebraban seis misas, tres en la cabecera parroquial y tres en comunidades, y participaban en total unas mil personas. Hoy, en la única Misa que celebramos a puertas cerradas, se conectan unas dos mil personas, muchas residentes en los Estados Unidos. Internet ha sido una gran herramienta pastoral.
Pero existe el peligro de que muchos se mal acostumbren a seguir la Misa desde la comodidad del hogar, quizá encerrados en su habitación y aislados con su celular, conectándose y desconectándose a su gusto, atendiendo otras cosas al mismo tiempo, y que prefieran esta forma en vez de participar físicamente en la celebración. Eso no es correcto. Lo virtual sirve y ayuda, pero la participación presencial es definitivamente prioritaria. ¡Cuidado con el individualismo egoísta y con una religión light!
Cuando Jesús instituyó la Eucaristía, fue en una cena comunitaria, con presencia física de los comensales y nos ordenó que así lo hiciéramos siempre en memoria suya (cf Lc 22,14-20; Mt 26,26-29; Mc 14,22-25; 1 Cor 11,23-25).
Era lo que hacían los primeros cristianos: “Los discípulos asistían con perseverancia a la enseñanza de los apóstoles, tenían sus bienes en común, participaban en la fracción del pan (es la Misa) y en las oraciones” (Hech 2,42). Que algunas de estas reuniones celebrativas eran ya en domingo, lo dice San Pablo, cuando recomienda a los corintios hacer una colecta en favor de los pobres de Jerusalén precisamente en sus reuniones después de que ya pasó el sábado, es decir, en domingo (cf 1 Cor 16,1-2). Jesús resucitó pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana (cf Mt 28,1; Mc 16,1-6; Lc 24,1-6; Jn 20,1-9.19). Este día, con el tiempo, se llamó domingo, que significa día del Señor (Apoc 1,10).
El Concilio Vaticano II, en su Constitución sobre la Liturgia, Sacrosanctum Concilium, del 4 de diciembre de 1963, expresa: “Nuestro Salvador, en la última cena, la noche que le traicionaban, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y de su sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y a confiar así a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete en el cual se recibe como alimento a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera” (47).
Resalta la importancia del domingo: “La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón día del Señor o domingo. En este día, los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando de la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios, que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos (1 Ped 1,3). Por eso, el domingo es la fiesta primordial, que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles de modo que sea también día de alegría y de liberación del trabajo” (106).
Y advierte: “Siempre que los ritos, cada cual según su naturaleza propia, admitan una celebración comunitaria, con asistencia y participación activa de los fieles, incúlquese que hay que preferirla, en cuanto sea posible, a una celebración individual y casi privada. Esto vale sobre todo para la celebración de la Misa, quedando siempre a salvo la naturaleza pública y social de toda Misa, y para la administración de los sacramentos” (27).
Participa en alguna de tantas Misas que se transmiten por todas partes, sobre todo en domingo. Concéntrate en lo que estás, haz a un lado el celular, responde, canta, aclama, asume las posturas correspondientes a cada parte de la Misa y, si es posible, hazlo en familia, no cada quien con su celular.
Es un gran servicio pastoral que casi todos los sacerdotes están ofreciendo a su comunidad, y que quizá conviene continuar haciéndolo después, para quienes no puedan desplazarse a un templo. Pero una vez que se pueda ya participar físicamente, no te quedes en la comodidad de tu casa, sino que participa con la comunidad, como lo hemos hecho siempre, para que la participación sea más plena, para recibir la Comunión sacramental y vivir la comunidad eclesial que somos.