Texas, Estados Unidos.- El diario norteamericano New York Times destacó en su edición de este 28 de octubre la historia del sacerdote español Luis Urriza, quien hace más de 70 años misionó al sur de Estados Unidos para fundar un templo y comunidad con los católicos latinos. Hoy, con más de cien años de edad, el religioso deja la parroquia que atendió por más de siete décadas pero, aclaró, no se retira del ministerio.
"El sacerdote necesitó ayuda cuando estiraba capa tras capa de sus vestiduras. Llevaba una lupa para ayudarse a leer una lista manuscrita de intenciones de oración. Pero al hacer sonar la campana para anunciar a la congregación que la misa estaba por empezar, dejó atrás su andadera, su bastón y cantó con el coro al avanzar por el pasillo central hacia el altar", relata la crónica.
Durante la homilía con la que se ha despedido de su comunidad, Urriza aseguró que Dios "sabe lo difícil que es nuestra vida, no es nada fácil... Él ha sido probado en todo; exactamente como nosotros".
La prueba que enfrenta el religioso no es tampoco menor: a sus 100 años y siete décadas más tarde de haber establecido la humilde parroquia Cristo Rey para atender a la pequeña pero floreciente comunidad latina del sureste de Texas, ahora se ve obligado a dejarla atrás.
Su cambio de comunidad fue notificado por el obispo de Beaumont: la parroquia seguirá atendida ahora por un presbítero más joven y Urriza volverá a su natal España para integrarse en su comunidad religiosa en un nuevo ministerio.
"No quería marcharse -refiere la crónica-; días atrás los feligreses organizaron una marcha con la esperanza de convencer al obispo de que cambiara de opinión. ¡Viva Cristo Rey!, cantaban. ¡Viva el padre Luis! Pero la decisión no cambió... Esa era la prueba de los votos de obediencia que tomó hace ocho décadas y de la confianza que pone en la voluntad de Dios".
Luis Urriza ingresó a la vida religiosa a la Orden de San Agustín desde los 12 años, su madre lo acompañó a un monasterio español; su ministerio lo llevó a los Estados Unidos y ahora retorna a su patria con obediencia pero no sin pesar: "Dios hace cosas que uno no entiende. Tal vez me necesitan allá", dijo.
El sacerdote presentó su renuncia canónica en 1996 al cumplir 75 años de conformidad con el Código de Derecho Canónico; sin embargo, sus superiores continuaron confiando en él para pastorear a la comunidad Cristo Rey por un cuarto de siglo más.
"Veinticinco años después, sin lugar a dudas, ha disminuido su velocidad, pero con frecuencia camina sin su andador o bastón. Los primeros pasos son los más difíciles, pero luego se pone en marcha. A veces batalla con las palabras en inglés, pero culpa de eso a décadas de hablar principalmente en español. Todavía prepara su propia cena en la rectoría, mezclando un chorrito de aceite español en su sopa de pollo enlatada con fideos antes de ponerla en el microondas. Hace apenas tres años, dejó de conducir para hacer mandados y de visitar a los enfermos en el hospital".
"Estoy haciendo lo que haría cualquier padre con 40 o 50 años", dijo.
La cronista explica que la labor del párroco no es sencilla, la extensa comunidad de Cristo Rey es demandante. El propio obispo de Beaumont, David L. Toups, lo describe de esta manera: "Hay un motivo por el cual no seguimos liderando empresas o negocios o parroquias a los 100 años. La situación de Urriza es la de un abuelo con sus hijos, y su familia, que se está debilitando. Es más difícil ahora hacer las cosas que habría hecho en años pasados pero su amor por su gente se mantiene", reconoció.
"El viernes antes de su última misa este mes, las mujeres de la iglesia estaba en su recámara en la rectoría, escarbando en sus cajones y armario, descartando camisetas interiores, mirando viejas fotografías y doblando primorosamente en una maleta unas vestiduras religiosas que la hermana del sacerdote le había cosido. '¡Esta maleta tiene 70 años!', dijo una de ellas, riendo".
Finalmente, aunque ya todo en la parroquia se había empacado o resguardado para el traslado del sacerdote, el propio Urriza "estaba detrás de su escritorio, trabajando".
Los feligreses apuntan que, aunque no siguiera como párroco titular, la gente de la comunidad desearían que el padre Luis siguiera cerca, para cuidarlo: "Ha sobrevivido a la covid, sobrevivió a las guerras. Definitivamente queremos que tenga el tratamiento y el respeto que se merece".
Sin embargo, afirma la cronista: "A él no le apetece que lo cuiden. Lo que le atrae de su nueva asignación en España, dijo, es que le han prometido que habrá trabajo, en especial con una comunidad inmigrante que va en aumento".
"Es algo hermoso -afirmó Urriza-. Que Dios te llame a hacer este trabajo".
Cristo Rey es una iglesia sencilla, que queda frente a una calle muy transitada detrás de una tienda Family Dollar, junto a las vías del tren que transportan a los ferrocarriles de carga que hacen sonar su silbato durante la misa: "La iglesia atiende más que las necesidades espirituales de sus feligreses, muchos de los cuales intentan establecerse en un país nuevo. Organiza ferias de salud, programas de salud mental, foros bilingües con candidatos políticos, clínicas para personas indocumentadas y talleres para postular a la universidad o conseguir ayuda para recuperarse de un huracán".
Cuando Luis Urriza llegó a Texas se dio cuenta de que había decenas de familias mexicoestadounidenses que necesitaban una iglesia propia. Pero, no era precisamente por el idioma, porque en aquel entonces aún no se celebraba el Concilio Vaticano II que promovió la liturgia en lengua vernácula de la comunidad; las misas se daban en latín. Sin embargo, Urriza relata que los feligreses hispanos y negros se amontonaban en las bancas del fondo del templo. En aquellos años, la segregación permeaba hasta en las parroquias.
Por ello se animó a reunir dinero para construir Cristo Rey a principios de la década de 1950. Lo recaudado con el bingo pagó los materiales para añadir un salón eclesial: "Construimos el salón nosotros, la gente -dijo el sacerdote- Yo era un hombre más joven en ese entonces".
Hoy, alrededor del 35 por ciento de las personas en la diócesis de Beaumont son hablantes nativos de español. El trabajo de Urriza para acompañar a esta comunidad hispanoparlante ha sido indispensable para hacer Iglesia en el condado.
Luis Urriza celebró su última misa en Cristo Rey el pasado 17 de octubre. La gente le hizo un sensible homenaje y al terminar la Celebración un grupo de parroquianos aún lo siguió cuando se dirigió a la sacristía para tomarse fotos y darse abrazos. Al final, el padre Urriza se removió la casulla y la estola mientras suspiraba: "¡Estoy fatigado!"
"Pero entonces una mujer llegó y le pidió al padre Luis que la confesara. De inmediato, echó a todos del lugar y se quedó con ella". (Reportaje de The New York Times)