Ciudad de México.– La pobreza no es sólo un problema técnico a resolver, sino una presencia sacramental de Dios en la historia. Esta es la columna vertebral de Dilexi Te (“Te he amado”), la exhortación apostólica del papa León XIV que ha comenzado a analizarse en foros internacionales y que promete reconfigurar la relación entre la Iglesia, la sociedad y los descartados del sistema.
En esa oportunidad de reflexión, el programa Diálogos por la Esperanza de la Dimensión de Cultura y Educación de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) ha buscado tender un puente entre la radicalidad espiritual del documento y la compleja realidad social con la participación multidisciplinar de cuatro invitados disertantes: el periodista y académico social Leonardo Curzio; el sacerdote jesuita, psicoterapéuta y prelado teólogo de la Penitenciaría Apostólica, Emilio González Magaña; el sacerdote profesor y especialista en eclesiología, Ramiro Pellitero; y el analista de información sociorreligiosa, Felipe Monroy.
El sacerdote Eduardo Corral Merino, en nombre de la Dimensión y de su titular el arzobispo Alfonso Cortés Contreras, condujo el encuentro y planteó la relevancia actual de la exhortación apostólica porque "habla teológicamente de una opción preferencial por los pobres... una expresión nacida en el contexto del continente latinoamericano y que sido integrada en el magisterio universal de la Iglesia; y que dicha preferencia no indica nunca un exclusivismo o una discriminación hacia otros grupos sino que desea subrayar la acción de Dios que se compadece ante la pobreza y la debilidad de toda la humanidad, queriendo inaugurar un reino de justicia, fraternidad y solidaridad". Se trata, dijo, de un documento que manifiesta cómo Dios "se preocupa particularmente de aquellos que son discriminados y oprimidos, pidiéndonos también a nosotros, su Iglesia, una opción firme y radical en favor de los más débiles".
De la emoción a la acción eficaz en un mundo sobresaturado
En su primera intervención, Curzio apeló a la potencia de las emociones en el mundo actual y cómo la exhortación del pontífice "no da espacio para decir que el tema de la pobreza no va con nosotros" porque, como insiste el documento: "quien sufre, sabe cuán importante es un pequeño gesto de afecto y cuánto alivio puede causar".
El periodista puso como ejemplo el trabajo de la comunidad de Sant’Egidio y preguntó: “¿Qué puede haber más admirable que haya alguien que decida, cuando puede hacer cualquier otra cosa -incluso a hacer labores placenteras-, dedicarse a ayudar a los que no tendría por qué ayudar?”.
Curzio apeló hacia la acción concreta y la complejidad. Alertó que el documento, en su numeral 88, exige ir más allá de la condena o la indignación: “La pobreza es un problema ético, es un problema que nos interpela a todos; pero también es un problema técnico”.
Planteó tres grandes desafíos: la pobreza misma, donde advirtió contra los “prejuicios ideológicos” que, en nombre de un “justicierismo elemental”, han empobrecido deliberadamente a pueblos enteros; la migración, que pone a prueba la convivencia con el auge de “teorías del reemplazo demográfico”; y la violencia, que exige explicaciones colectivas más allá de la condena moral.
Frente a esta triple encrucijada, su conclusión fue un llamado al “recogimiento y al discernimiento”. En una sociedad “turbocargada”, “sobrestimulada por algoritmos” y con la “atención fragmentada”, Curzio reivindicó el silencio y la reflexión profunda, citando la frase de la Madre Teresa que el propio documento recoge: “El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor y el fruto del amor es el servicio”. Solo desde esa pausa, sugirió, se podrán generar las “alternativas técnicas” y el “pensamiento extraordinariamente sofisticado” que la realidad exige.
La Encarnación como fundamento de una espiritualidad radical
Desde Roma, el sacerdote Emilio González Magaña, teólogo de la Penitenciaría Apostólica, aportó el andamiaje espiritual de Dilexi te. Para él, el documento es “eminentemente teológico y espiritual”, y su novedad reside en presentar un “criterio de verdad” que no está en el dogma frío o la ley moral, sino en “la relación con los rostros” de los pobres.
González desgranó el misterio central: “Dios se hizo pobre. Nació en la pobreza, vivió el exilio… Su muerte fue de un joven del abandono y de la pobreza. Esta no fue una estrategia, sino la esencia misma de la revelación". Por ello, la opción por los pobres es una relación de amor, no una relación ideológica o de asistencialismo; pues "cuando los pobres contemplan el cariño que les dice ‘te he amado’ entienden que es una relación de amor”, explicó.
Frente a la “dictadura del relativismo” denunciada por el entonces cardenal Ratzinger, González Magaña señaló que el documento llama a “llamar pecado donde hay pecado”. Denunció las “estructuras de pecado” y amplió el concepto de pobreza más allá de lo material, incluyendo a los migrantes, las víctimas de la violencia y “el dolor de un padre, que no entiende por qué le entregan a su hijo descuartizados o el dolor de los hijos que son huérfanos porque tuvieron la desgracia de perder a su padre por una violencia sin control”.
Finalmente, propuso una espiritualidad para abrazar Dilexi te con tres pilares concretos: la Eucaristía que nutre la comunidad, la educación que libera de la pobreza material y espiritual, y el servicio como “amor social” que trasciende el asistencialismo: “Cada vez que Cristo se encuentra con nosotros nunca nos trata como un objeto, sino siempre como un sujeto”, afirmó, subrayando que la meta es la santidad, entendida como “la plenitud de la vida” en cada vocación.
Opción por los pobres convierte a la Iglesia en sacramento creíble
El sacerdote Ramiro Pellitero, desde Pamplona, aportó la perspectiva de la tradición y la eclesiología. En sus intervenciones trazó el linaje de la opción preferencial por los pobres "desde siempre" pero especialmente después del Concilio Vaticano II y hasta León XIV, subrayando que el nuevo documento la sitúa como algo “esencial para la misma vida cristiana y la teología”.
Para Pellitero consideró que la exhortación tiene un “tono radical” que va a las raíces del cristianismo: "Los papas han venido presentando el amor a los pobres como una consecuencia de la oración personal y de la vida sacramental, cuando son auténticamente vividas... yo veo que el amor a los pobres es esencial en el cristianismo, en este documento y en la vida cristiana".
Aseguró que el documento deja entrever que se trata de "una auténtica alienación" cuando la sociedad sólo encuentra "excusas teóricas" para no intentar siquiera el resolver los problemas concretos de los que sufren. Por ello, también secundó el planteamiento del pontífice al aclarar que “el rigor doctrinal sin misericordia es una palabra vacía” y “el anuncio del evangelio solo es posible cuando se traduce en gestos de cercanía”. Esto, lejos de debilitar la teología, “la hace más profunda y clara”.
Pellitero además reflexionó sobre la conexión entre este amor con la liturgia, la misión y la credibilidad de la vida cristiana en el espacio social: “Los pobres ocupan un lugar en el corazón de Dios”, por lo que hay un aspecto “icónico” y “fuertemente simbólico” en su atención. Los jóvenes, dijo, tienen un “olfato” o “sexto sentido” para detectar la autenticidad. “Para ellos es como una especie de tornasol… donde ellos dicen, yo me apunto con los que lo viven auténticamente”.
En su intervención final, el religioso propuso cinco caminos concretos: 1) El trabajo competente de cada uno, 2) Los gestos sencillos de ayuda personal, 3) La limosna, “que no está pasada de moda”, 4) La educación que sensibiliza y da herramientas, y 5) El cuidado de la Tierra. Concluyó con una llamada a la “conversión” personal, pues se trata de una interpelación que “ha de manifestarse en el pensar, en el sentir, en el hablar y en el actuar”.
Documento 'sísmico' que interpela
El periodista Felipe Monroy cerró el análisis con una lectura centrada en el impacto comunicativo y sociológico de Dilexi te. Calificó el documento de “sísmico” y “trepidante”, pues en un mundo que busca “la autopreservación, la protección personal y las certezas”, su mensaje es profundamente desestabilizador.
Primero, porque plantea una crítica al "racionalismo" que ofrece la posibilidad de alcanzar la verdad sin la experiencia sensible. El periodista recordó al filósofo Slavoj Zizek quien afirma que "si hay razones para amar a alguien, entonces no se le ama verdaderamente" y aseguró que "encontrar razones para hacer las cosas, es algo que ha afectado en gran medida al ser y al quehacer de la Iglesia católica... pero este documento pontificio implica una experiencia ciertamente espiritual y completamente irracional: que el ser humano puede puede vivir justamente con el amor del otro y amando al otro".
Monroy destacó la singular dureza del lenguaje presente en la exhortación: “Literalmente, el documento pide reconocer las estructuras del pecado… y después destruirlas. La palabra destrucción es muy fuerte. Pero además dice: ‘destruirlas con la fuerza del bien’”.
Esta denuncia, agregó, debe hacerse con una voz “que despierte, que denuncié y que se exponga al costo de parecer estúpidos”, una palabra que, además, se nombra con crudeza en las diferentes traducciones oficiales de la exhortación.
Frente a la polarización -satanizada en muchos espacios de diálogo social-, Monroy argumentó que Dilexi te sí invita a polarizar: “Sí invita a… ubicarnos de un lado de la polarización. Y decir que del lado del amor al prójimo… es la manera en cómo se puede vivir”.
El documento, ejemplificó, cuestiona frontalmente el “modelo exitista y privativista, del éxito personal y la ganancia individual privada” que domina la sociedad de consumo y que interpela a cada profesional, especialmente a los comunicadores que suelen plantear: “¿Por qué tendríamos que darle voz a los oprimidos… si evidentemente el éxito de un medio de comunicación, de mi profesión, es darle voz a los poderosos?”.
Para Monroy, la exhortación es una “llamada radical” que remite a la imagen de Jesús expulsando a los mercaderes del templo. No es un llamado a la violencia, sino a una contundencia moral sin miedo al descrédito de las élites, una invitación a “destruir estas estructuras que sistemáticamente están aprovechando de la pobreza de las personas” a través de los medios de la bondad, la generosidad y la limosna entendida como justicia restaurada.

