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O Opinión

Ser otro país, con la Iglesia viva

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Cuando han sucedido inundaciones, terremotos y otras catástrofes, los medios informativos acostumbran resaltar lo que hacen el gobierno y los militares, y casi nunca lo que hace la Iglesia. No sólo la jerarquía, sino la comunidad eclesial. Son los fieles, católicos y de otras denominaciones, los primeros que se hacen presentes, para expresar su solidaridad con los que sufren. Les ayudan con lo que pueden, con alimentos, ropa, medicinas y albergues. Esa es la Iglesia viva.

Yo lo viví en las inundaciones y terremotos que me tocaron en Chiapas. Los catequistas de las pequeñas y lejanas poblaciones, donde tardaba en llegar la ayuda oficial, organizaron de inmediato a la comunidad, para ayudarse unos a otros. Allí es donde se manifiesta la vitalidad de la fe, expresada en fraternidad comunitaria. ¡Esa es la Iglesia samaritana y misericordiosa!

Aunque algunos medios digan que sólo marcharon 9 mil personas el domingo pasado, para defender a la mujer y a la vida, cuando en realidad fueron como un millón, lo más importante no es lo que digan los medios, sino la multitud de personas que defienden ambas vidas. Esa es la Iglesia viva.

Es esta la Iglesia con la que cuenta el país. ¡No hay que menospreciarnos! Tenemos mucho que aportar desde nuestra fe para construir una sociedad más fraterna y justa. De nosotros dependen muchas cosas, empezando por la familia, que es el primer motor de cambio. 

Hay quienes quisieran eliminar todo lo que huela a Iglesia en la historia del país, o sólo resaltan lo negativo de la jerarquía eclesial, que es innegable, pero no toman en cuenta todo lo positivo que hubo y que hay, como aportación al bien social e integral del país. Hay sombras, pero también luces que no se pueden ocultar y negar.

El Papa Francisco ha criticado mucho el clericalismo, cuando sacerdotes y obispos acaparamos la pastoral y no promovemos una participación más plena de laicos y religiosas en los procesos eclesiales, como si nosotros fuéramos los únicos que hemos recibido al Espíritu Santo y los demás no fueran miembros vivos del Cuerpo que es la Iglesia.

En octubre de 2023, habrá en Roma un Sínodo mundial sobre la sinodalidad en la Iglesia, para abordar los temas de comunión, participación y misión. El Papa ha insistido en que no sean sólo los obispos quienes hablen, sino que en todo el proceso, que empieza a nivel universal el próximo domingo 10 de octubre, y el domingo 17 a nivel diocesano, participen cuanto más sea posible laicos, religiosas y sacerdotes, pues todos somos Iglesia.

Es el mismo procedimiento que se ha hecho para la Asamblea Eclesial de América Latina y El Caribe, que se llevará a cabo del 21 al 28 de noviembre próximo, a nivel presencial en la Ciudad de México, y a nivel virtual en los 22 países latinoamericanos. Ya se ha hecho una consulta previa, en la que han participado más de 70 mil personas.

Es el mismo camino para el Encuentro Eclesial de México, a realizarse en abril de 2022, en el cual están participando cientos y miles de fieles laicos e incluso no creyentes, para escucharnos unos a otros y ayudarnos a tomar decisiones, para que nuestra Iglesia sea más fiel a su identidad y misión, que es ser«sacramento universal de salvación» (LG 48), «signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1).

Los obispos mexicanos, en el Proyecto Global de Pastoral 2031+2033, ratificamos el compromiso de estar cerca de nuestro pueblo, para acompañarlo en sus procesos históricos y construir, todos juntos, un mejor país:

La Iglesia no es ajena o extraña a la sociedad en la que se encuentra inmersa. Esta nueva época exige acompañar a cada persona y renovar con valentía nuestro profetismo evangélico, anunciando con fuerza el valor inestimable de la persona, denunciando todo lo que se opone a su plena realización y discerniendo a la luz del Evangelio esta nueva realidad, para encarnar la experiencia de la misericordia, de la comunión y la solidaridad en esta nueva época” (24).

“Al contemplar con esperanza cristiana y un profundo sentido de fe este nuevo escenario global, queremos decir con todo el Pueblo de Dios: ‘Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón’ (GS 1). Por lo que deseamos asumir, con corazón de padres y hermanos, esta oportunidad con una profunda confianza, más no con ingenuidad, sino con ojos de fe y corazón de Pastores que han de conocer las necesidades del Pueblo cristiano, para involucrarse en ellas y potenciar todas aquellas iniciativas que favorezcan la presencia del Reino de Dios” (26).

“Como Obispos, vemos con inquietud que nuestro Pueblo reclama un mayor acompañamiento espiritual y un especial coraje profético frente a las circunstancias actuales, basado en el testimonio humilde, la vida sencilla y la cercanía habitual al Pueblo de Dios. Como nos lo señaló el Papa Francisco, pastores que sepan reflejar la ternura de Dios, con mirada limpia, de alma transparente y mirada luminosa, que tienen en su rostro las huellas de quienes han visto al Señor (cfr Jn 20,25), de quienes han estado con Él. Obispos que tengan una particular cercanía con los pobres, sepan escucharlos y ofrecerles el consuelo de Dios, especialmente quien ha sido víctima de la violencia en estos últimos años, que tanto dolor han provocado a nuestras familias” (68). 

Quienes somos bautizados, preguntémonos qué podemos hacer, a nivel personal, familiar, parroquial, diocesano, provincial y nacional, para acompañar los momentos históricos que vive nuestro pueblo, para estar cerca de sus dolores y sufrimientos, de sus esperanzas y alternativas, y construir juntos la historia, a partir de la familia y nuestra comunidad local. ¡Todos tenemos algo que aportar al bien común! ¡No nos quedemos en quejas y lamentos!