Sacerdote Diocesano, formador de más de veinticinco generaciones de sacerdotes para la región noroeste del País. Durante diecinueve años fue Rector del Seminario de la hoy Arquidiócesis de Tijuana. Docente en la misma Casa de Formación, por más de cincuenta años, en la que enseñó muy distintas asignaturas, desde las básicas Filosóficas y Teológicas, hasta algunas de alta especialización. Participó con generosidad y creatividad en los inicios de lo que es la Organización de Seminarios de México (OSMEX).
También fue incansable formador de laicos profesionistas al enseñar en la Univesidad Autónoma de Baja California, así como en la Universidad Iberoamericana-Tijuana, principalmente. Las facultades de Filosofía, Derecho, Comunicación, entre otras, fueron durante muchos años, espacios de encuentro con directivos, maestros y alumnos. En sus clases, además de sus típicos apuntes, ofrecía distintos instrumentos pedagógicos: películas, documentales, editoriales periodísticas, esquemas, cuestionarios, powerpoints, etc. Sus clases nunca fueron aburridas, ni tediosas; sí exigentes y reflexivas. Entre los años 96 al 98 tuve la oportunidad, en algunas ocasiones, de ayudarle a preparar su portafolio para los distintos cursos, en donde metía: lista de asistencias, trabajos, exámenes, apuntes, en aquel tiempo acetatos y uno que otro libro. Cargaba, por supuesto, con su propio equipo tecnológico, en otra mochila.
Sin duda, toda esa actividad docente, se debió, en gran parte, a sus estudios en el Seminario Diocesano de Morelia, así como un posgrado en la Universidad Católica de San Diego, en Artes y Docencia. Pero, Monseñor Cisneros fue un autodidacta, un inquieto lector de libros, que principalmente adquiría en sus viajes de verano para ver a sus familiares, que viven en la Ciudad de México. Cada visita implicaba el recorrido por las principales librerías: Parroquial de Clavería, Sótano, Gandhi, Universidad Pontificia de México, Fondo de Cultura Económica, entre otras. Al final, todo se enviaba por autobús, en distintas cajas, hasta la lejana Tijuana. Sus búsquedas eran amplias. Siempre, en la cabeza, estaba la preparación de un nuevo curso, del seguimiento de nuevas corrientes filosófico/teológicas, así como la integración de saberes.
Años después, se convirtió en un consuetudinario navegador de importantes bases de datos, bibliotecas digitales, centros de información, en ambos lados de la frontera. Solía visitar el Centro México-Estados Unidos, de la Universidad Pública de San Diego, así como otros centros de información en Los Ángeles. Para él, el internet fue un instrumento que le conectó con el centro de México, y con las grandes instituciones europeas. Recuerdo con gran alegría, la primera vez que instalamos el Bible Works, un programa potente que contiene exponenciales posibilidades de estudio de las distintas traducciones de la Biblia y de estudios geográficos, arqueológicos, históricos, etc.
Supo incorporarse a las nuevas tecnologías, con gran confianza: computadora portatil, tableta, celular, scaner, digitalizador, que aprendía a manejar rápidamente. Cabe señalar, que en distintos momentos del día, su computadora le servía para serenarse, ordenar la cabeza y el corazón, con algún juego, concierto, película, serie o documental.
Su escritorio era algo que siempre ordenaba al final de la jornada, pues ahí estaba lo de la parroquia/rectoría, lo de sus cursos, lo propio de los distintos proyectos pastorales, los pendientes administrativos, litúrgicos, así como una enorme agenda que iba llenando con múltiples compromisos: bodas, bautizos, quince años, aniversarios de boda, graduaciones, de tantos amigos, conocidos, y gente que le buscaba, sin más.
Monseñor Cisneros no perdía tiempo, pues ni siquiera lo tenía. Sus días eran un continuo sucederse de encuentros, al igual que múltiples traslados, propios de sus responsabilidades. A veces, estos encuentros eran del otro lado de la línea, así que había que cruzar la frontera. Aprendió a ser sumamente práctico. Su agenda combinaba perfectamente las cuestiones ad intra de la Iglesia, así como las ad extra, de diálogo con el mundo: empresarios, gobernantes, legisladores, periodistas, académicos, artístas, entre otros. Muchos eran sus exalumnos.
“Su día semanal de descanso” eran días que utilizaba para descargar actividades que le exigían concentración, decisiones puntuales de tipo pastoral, así como la atención a cuestiones personales. Fue un magnífico organizador de eventos, anfitrión, animador de distintas iniciativas eclesiales, académicas, culturales.
Recuerdo con simpatía tres de gran convocatoria, en las que me invitó a participar: la primera, un Encuentro para Agentes de Pastoral, en el entonces Camino Real, allá en el año 2,000; una segunda, en el Club Campestre, que fue la presentación de Educar para una Nueva Sociedad, en 2015. Y, finalmente, la presentación de Laudato Si`, en el Centro Cultural Tijuana. Las invitaciones a él, para participar en distintos foros, seminarios, presentaciones de libros, etc., eran una constante, dentro y fuera de Tijuana.
Tanto en el Seminario, como en la Parroquia Santa María Estrella del Mar, así como en la Rectoría de Santa Teresa, tuvo la continua inquietud de mejorar, ampliar y embellecer las instalaciones físicas. Era buen administrador para las obras de infraestructura. Los ingenieros, trabajadores, personal administrativo, aprendieron pronto el estilo de Monseñor: toma de decisiones rápidas, exigencia de resultados, mucha comunicación y sobre todo, el buen gusto. Los templos se distinguieron por estar constantemente atendidos, desde pisos, hasta el último foco.
Personalmente, me tocó ser partícipe, en Santa María Estrella del Mar, de las siguientes obras: ampliación de la zona de criptas, terminación de la casa parroquial, rehabilitación del Centro Pastoral Madre Teresa de Calcuta, remodelación de auditorio parroquial, construcción de salones parroquiales, baños, adaptación de dispensario, habilitación de estacionamiento y cancha de basquet; construcción de amplias y dignas oficinas parroquiales, adecuación del comedor parroquial, creación de archivo parroquial, colocación del campanario, entre otras.
La computadora, las impresoras, el buen equipo de sonido, el decoro en la liturgia, así como distintas iniciativas pastorales que promovía durante todo el año, fueron una constante.
Monseñor Salvador, además, tuvo otros múltiples cargos: fue Decano de las distintas comunidades parroquiales en donde participó, con todas sus implicaciones; desarrolló los primeros esfuerzos de la Pastoral de Medios de Comunicación, siendo Rector del Seminario, así como la Pastoral de Agentes Laicos, sucediendo al Padre Arturo De la Torre; por supuesto perteneció al Consejo Presbiteral y al Colegio de Consultores de la Arquidiócesis, durante muchos años.
Al asumir sus tareas como Párroco de Santa María Estrella del Mar, así como Rector de Santa Teresa, entendió que su lenguaje tenía que ser diferente: más sencillo, práctico, aterrizado a las inquietudes cotidianas de sus fieles. Por ello implementó distintos mecanismos de comunicación: el boletín parroquial, que cada semana editó, para ser repartido en las misas dominicales, así como la preparación puntual de la homilía diaria, que posteriormente enviaba por WhatsApp, a su feligresía. En los años en que lo pude acompañar, fui testigo del profundo impacto que tenían cada una de sus palabras, en los fieles del pueblo de Dios. Sus celebraciones eran profundas, distintas, sobriamente celebradas y muy cálidas. La misa de niños, en las dos comunidades que encabezó, se convirtió en un encuentro maravilloso, gracias a la incorporación de un títere en la homilía, que llevaban por nombre, Estrellita y Teresita, respectivamente.
Tuvo como maestro y amigo en Tijuana, al Señor Juan Jesús Posadas Ocampo; convivió mucho con el Padre José Cabral, M. Sp. S, profesor del Seminario. Sus Directores Espirituales en Morelia fueron los Padres Manuel Perez Gil y Manuel Castro, después Arzobispos de Tlalnepantla y Yucatán, respectivamente.
Lo sólida experiencia de formación vivida en la Iglesia de Morelia, así como el fuerte contexto familiar, impregnado de la vocación magisterial y los distintos viajes que organizaba, le ayudaron mucho a desarrollar una visión de conjunto, de diálogo con todos los sectores de la sociedad y culturas; sobre todo, a impulsar las respuestas pastorales frente a los nuevos signos de los tiempos. Comprendió, rápidamente, que Tijuana era una porción del mundo, en donde se manifiesta a plenitud el Cambio de Época que vivimos. Alguna vez me dijo, que en esa frontera se sintetizaba “lo mejor del norte y lo mejor del sur, pero también, lo peor de uno y de otro”.
Su participación en distintos medios de comunicación, escritos y digitales, en la radio y en la televisión, fueron una constante. Recuerdo cómo, algunos investigadores de El Colegio de la Frontera Norte, en donde estudié mi posgrado, comentaban cada viernes, entre cubículos, la editorial de Mons. Cisneros, en el Semanario ZETA, quien invariablemente daba una visión nueva de los temas regionales y locales del momento, con un sentido crítico, propositivo, humano y profundo.
Hombre de diálogo y encuentros, plural, profundamente evangélico y prudente. Un incansable misionero y apóstol. Estudioso y promotor del Magisterio de la Iglesia, de cada uno de los Pontífices de su tiempo, a quienes supo seguir, anunciar y por supuesto, obedecer efectiva y afectivamente. Supo discernir e incorporar a la realidad local, los lineamientos del Concilio Vaticano II. De su pensamiento Teológico, hablaré en otro escrito, por ahora sólo destaco que para él, la gran afirmación de San Juan Pablo II: “el hombre es el camino de la Iglesia” (Cfr. Redemptor hominis, No. 14), fue su directriz que impactó su Eclesiología, su Cristología, pero sobre todo, su visión de la Teología Sistémica, de la que ya participó.
Nació en la Ciudad de México. Menor de cuatro hermanos. Ellas: Carmen, Guadalupe y Teresa, casadas y con hijos, lo que llevó a Monseñor Salvador a tener una gran oportunidad para ensachar su mundo de relaciones con los sobrinos, quienes son todos unos profesionistas de bien. Cursó, con máximos honores, sus estudios de Filosofía y Teología en el Seminario de la Arquidiócesis de Morelia, en donde consolidó otra grande familia, con compañeros entrañables, entre los cuales menciono los siguientes: el Cardenal Alberto Suárez Inda, el Obispo Carlos Suárez Cásarez, el Pbro. Guadalupe Franco, el Pbro. Antonio Basurto, entre otros muy respetables sacerdotes.
Sin duda, la huella que dejó en la Arquidiócesis de Tijuana, se hizo patente, en su velación y exequias. Durante la tarde del martes 21, así como la mañana del miércoles 22 de mayo, no dejaron de fluir personas por el Santuario de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, llenas de gratitud por todo el servicio de Monseñor Salvador Cisneros. Muy sentido y particular fue el saludo del Señor Arzobispo Francisco Moreno Barrón, la homilía del Señor Obispo de Ensenada, Mons. Rafael Valdez Torres, así como el aplauso que se le tributó, después de la Eucaristía.
Monseñor Salvador sabía escuchar y querer a la gente; era un pastor prudente, cálido y fraterno. No era, la suya, una inteligencia hueca, sino habitada por la compasión, que fue la constante en su diario vivir, por ello, sabía acoger, contemplar y servir.
Mucho debemos reconocer y valorar los testimonios de sacerdotes de esta cualidad. Y mucho, estamos llamados a trabajar en estas áreas del díalogo con la cultura, la educación y la formación integral.
Por lo pronto, después de veinticinco años de favorecerme con su cercanía, no me queda más que una profunda gratitud a Dios, a él, a su familia, a la Iglesia.
Dios recompense toda su entrega misionera, y haga muy fecundas cada una de sus obras.