¿Existe lo que no podemos pensar? Sería absurdo decir que sí, dado que si afirmamos que existe, entonces habría que poder identificarlo de algún modo, y al hacerlo, ya lo estaremos pensando.
Por otro lado, si no podemos identificarlo, ¿cómo podemos afirmar que existe? Por tanto, solo existe lo que podemos pensar, lo que significa que, de algún modo, todo el universo está en nuestro interior; no solo el universo, sino incluso su creador, Dios mismo.
Lo explicaré con un ejemplo. ¿Existe la música cuando no hay un oído que la escuche? No, no existe. Si ponemos un tocadiscos (o un casete o un bluetooth) en medio del desierto y lo programamos para que emita el Réquiem de Mozart un día preciso y a una hora determinada en los que allí no haya nadie para escucharlo, en el momento en que suene esa obra, allí en realidad no habrá música, dado que no habrá oído para escucharla. Solo se producirán unas vibraciones físicas, nada más.
La belleza de esa composición sublime está en el espíritu de su compositor, Mozart, y en el del oyente, pero al no haber oyente en el desierto, no hay música. Lo mismo podríamos decir de un cuadro de Velázquez, de una escultura de Miguel Ángel o de un edificio de Bernini: no serían nada en medio del desierto, allí donde nadie pudiera contemplarlos.
En su Teología Dialéctica (o Teología de la Crisis, o de la Paradoja, o de la Palabra de Dios), Karl Barth afirmó en un primer momento (1922) que el hombre no puede afirmar nada acerca de Dios, tal es la distancia infinita que hay entre el hombre y Él; sin embargo, en 1956 completó ese movimiento dialéctico al sostener que el hombre sí puede conocer de Dios aquello que este le ha comunicado, su autodonación total en Jesucristo.
El hombre es capax Dei, capaz de acoger a Dios en su vida. Ahora bien, si somos capaces de acoger la autorrevelación de Dios en nuestras vidas, significa que la divinidad ya está en nosotros, de lo contrario, la acogida de Dios sería imposible.
La teología cristiana suele afirmar que es el Espíritu que habita en nosotros quien nos hace capaces de acoger la autodonación de Dios Padre en su Hijo, Jesucristo. Sin embargo, con esta tesis no hacemos sino confirmar lo dicho: si el Espíritu nos permite acoger a Dios, eso significa que somo capaces de hacerlo.
Quien dice Dios dice infinito. Dios es ilimitado, eterno. Podemos pensar lo infinito en nuestra finitud; prueba de ello es el concepto mismo de infinitud. Si lo formulamos, es señal de que podemos pensarlo. No me imagino a una cebra dándole vueltas al concepto de infinito.
Hegel terminó de escribir su Fenomenología del Espíritu deprisa y corriendo la noche del 13 al 14 de octubre de 1806, pocas horas antes de que Napoleón derrotara al ejército prusiano y entrara en Jena. El filósofo estaba presionado por su editor y temeroso de que con el caos de la invasión se perdiera el manuscrito, que acabaría siendo una de las cumbres de la filosofía occidental.
En aquella obra, finalmente publicada en 1807, Hegel expone el penoso recorrido del Espíritu desde la experiencia hasta el saber absoluto. Varios años más tarde, publicaría la Ciencia de la lógica, de nuevo deprisa y corriendo, pero esta vez porque necesitaba el dinero de las ventas del libro para poder vivir.
Terminó el primer volumen en dos partes, 1812 y 1813, y el segundo en 1816. Hegel siempre fue consciente de que había terminado mal ambas obras y de que debería haberles dedicado varios meses más a cada una. En la Lógica, también sublime, el filósofo alemán desarrolla de nuevo su sistema, pero esta vez desde el final, el saber absoluto, el concepto puro. De este modo, la Fenomenología y la Lógica son en Hegel dos laderas de la misma montaña, dos modos de acercarse a la misma cumbre, una histórica y la otra lógica. Historia y lógica son lo mismo, sostiene Hegel.
En términos semejantes podemos decir que servicio y oración son lo mismo, cuando aparentemente los percibimos como opuestos. Parece que lo que Marta y María hacen en el Evangelio de Juan sean realidades opuestas (Marta: servir a Jesús; María: escuchar a Jesús), cuando en realidad son idénticas.
Por ello, Santa Teresita del Niño Jesús es la patrona de los misioneros. Una muchacha encerrada en el carmelo de Lisieux, en Normandía, vivió en su corazón lo mismo que los intrépidos misioneros en lejanas tierras, porque el recorrido interno de la oración es idéntico a la salida de sí de la actividad misionera, como bien expone Hans Urs von Balthasar en su obra Teresa de Lisieux: historia de una misión. Santa Teresita, encerrada en su carmelo, vivió lo mismo que san Francisco Javier anunciando el Evangelio en Asia.
Volvamos a la pregunta inicial: ¿existe lo que no podemos pensar? Y a la respuesta: no; o lo que es lo mismo: podemos pensar todo lo que existe. De ahí podemos concluir que si es cierto que después de la muerte nos encontraremos con una Vida, esa tiene que estar ya ahora aquí; podemos pensarla ya. Ese es el sentido del precioso poema del poeta catalán Joan Maragall, Cant espiritual [Canto espiritual] (1911).
Recuerdo que mi padre, Pedro Sols, ya muy anciano, rondando los 90 años, solía preguntarse en voz alta, meditativo: “¿Cómo será el Cielo?”. Murió a los 94. Todos en algún momento de nuestra vida nos hemos hecho esa pregunta, con esa u otras palabras: “¿Qué habrá después de la muerte?”.
Si queremos saber cómo es el Cielo, tenemos dos caminos distintos e idénticos para descubrirlo: salir de nosotros para amar y servir, o bien entrar en la contemplación interior. La historia y la lógica son idénticas para Hegel; la acción y la oración también lo son para el cristiano. Los caminos de salida de sí y de entrada en sí son el mismo.
Mi madre, Fina Lucia, lo dijo en una ocasión mucho mejor que yo. Nuestra numerosa familia salía de una crisis que parecía que nunca llegaría a resolverse y que nos había impedido estar todos juntos durante veinticinco años. Finalmente, habíamos superado esa crisis (¡un auténtico milagro!) y decidimos celebrarlo todos alrededor de la mesa de Navidad.
Estábamos allí sentados unos cuarenta. En la bendición inicial, estando la familia reunida después de años sin haberlo logrado y sintiendo que de corazón nos queríamos, mi madre se puso de pie, nos miró y pronunció estas palabras: “Los teólogos dicen que no sabemos cómo es el Cielo. Para mí, esto es el Cielo”. Efectivamente, ella supo decirlo mucho mejor que yo.