Con una sed terrible, como consecuencia de dos cafés tempraneros, llegué a presentar el pago del IMSS a la tienda del tecolotito. Me queda de pasada y por lo regular no hay fila en la única caja que existe en esa tienda. Remojé mis labios con mi propia saliva mientras la señorita muy amable sellaba la declaración.
Gracias a la rapidez, me quedaron tres minutos y 47 segundos libres antes de abordar el auto y llegar a tiempo a la cita programada. No podía desperdiciar los 227 segundos. Me fui a ver libros.
No me acabo de acostumbrar al nuevo acomodo de libros que hicieron hace meses. Erraron, creo. Pero allí estaban los tomos como llamándome mientras corría el tiempo, esperando que el reloj detuviera el camino. Las mismas revistas de la semana anterior. Los libros japoneses de gatos de hace un mes. El ejemplar de las 12 leyes de Quiénsabequé…
Vámonos, me dije. No hay nada nuevo. Quedaban 96 segundos. De pronto, el apellido Sicilia me gritó. La etiqueta del precio tapaba el nombre del otro autor. ¿Qué personaje tan siniestro puede poner la etiqueta del precio tapando el título o el autor habiendo tanto espacio disponible en la portada? Terrible, diría el inefable profe Limón.
Crisis o apocalipsis, el mal en nuestro tiempo. De Javier Sicilia y Jac… n. Algo recordé de una reseña leída en alguna parte de un portal que no recuerdo su nombre pero me ocupé de ella una tarde que llovía mientras yo disfrutaba de un café dominicano que me habían traído el Fer y la Fer cuando viajaron con el Ethan a esa isla que alguna vez tendré que visitar. Sí, Sicilia se ha convertido en un autor al que recurro seguido para empaparme de una espiritualidad que me atrapa pero que no logro definir.
Salí de la tienda del tecolotito con tres segundos más de lo permitido. Pero con Crisis o apocalipsis en la mano. En el primer semáforo en rojo quité la etiqueta. Jacobo Dayán. Javier Sicilia y Jacobo Dayán, los autores.
Sabía que era un libro para reflexionar en serio. Acerté. Hay que darse el tiempo para adentrarse a una meditación profunda sobre la existencia del mal, de la violencia, de los campos de exterminio nazi, de las crisis de la civilización, de la inseguridad y la violencia exacerbada en nuestro México. Un libro para pensar a sorbos.
El libro emula unos diálogos que en 1995 mantuvieron Jorge Semprún y Elie Wiesel, ambos prisioneros de los campos de exterminio nazi, justo el año en que se cumplían 50 años de la liberación de dichos campos. Fueros unos diálogos muy conmovedores y enriquecedores. Sicilia y Dayán intentan reflexionar bajo el mismo esquema. Sicilia, padre de Juanelo, víctima de la violencia en el estado de Morelos; Dayán, estudioso meticuloso de la violencia. Sicilia, poeta y católico; Dayán, ensayista, conferencista, educado en el judaísmo pero ahora agnóstico o ateo, cuya imprecisión se asigna a sí mismo.
El primer tema que asumen es sobre las víctimas. Concluyen ambos en que el papel de ellas no se ha retomado en toda su dimensión en la sociedad actual. Reconocen que las víctimas no son escuchadas y en muchas ocasiones son calladas. “Es verdad que callar es imposible, pero la sordera no sólo es posible, es constante”, dice Dayán.
Sin olvidar a las víctimas, pasan por otros temas. Sicilia expresa que Occidente -que relaciona con el cristianismo- tuvo su primera crisis con la caída del Imperio romano; luego, la segunda fue la Ilustración. “De allí viene una contracción del tiempo” que provocó que las crisis fueran más rápidamente recurrentes. La siguiente fueron la implantación de las ideologías, que provocaron la llegada del poder de los nazis, los campos de concentración, la guerra fría. Hiroshima tiene un lugar especial en el diálogo en Crisis o apocalipsis.
Me llamó marcadamente la atención la reflexión que hace Sicilia sobre la parábola del buen samaritano. La parábola -dice el poeta- enseña que el samaritano elige al prójimo, a la persona, y es a la persona a quien cuida y a quien extiende su propia caridad. No hay abstracción. Hay una persona necesitada y una persona quien la protege. Concluye Sicilia: cuando la caridad se institucionaliza y se abstrae, se corrompe.
Dayán, menos teológico, señala siguiendo a la Escuela de Frankfort que los campos de exterminio nazi son la muerte del proyecto civilizatorio que nació con la Ilustración. “El holocausto no fue un acontecimiento casual, sino la consecuencia ideológica de la razón (…), la muerte de la razón misma”.
Ambos autores se muestran abiertamente desesperanzados. Señalan incluso las causas de su desesperanza, incluyendo el exceso de la digitalización en nuestras vidas. “Hay una banalización del horror en nuestra época”, señala Dayán.
“Las redes sociales, la hipercomunicación, la virtualidad y la sobreexposición de imágenes hacen que la banalización del mal sea peor, al grado de alienar de formas más perversas nuestras reacciones morales”.
Se me hace imposible abarcar tantos temas tratados profundamente por Sicilia y Dayán en mis 900 palabras. Habrá que ir al libro, pero antes quiero dejar dos párrafos marcados.
“Cuando a la gente se le priva de su capacidad de pensar puedes dirigirla como un hato de corderos”.
“Creo que una de las tareas más urgentes después de lo que tenga que ocurrir será recuperar el valor de la lengua, de la palabra y de la verdad. Solo a partir de allí podría cimentarse un nuevo pacto social”.
Un último apunte. Contra la desesperanza de Sicilia y Dayán, yo aún tengo esperanza. Creo que todavía quedan humanos que tratan contra cualquier desesperanza ser seres humanos que buscan hacer el bien. La palabra todavía no está completamente apagada. Si ese susurro se une a otro susurro y a otro, inevitablemente se convertirá en grito y el grito podrá despertarnos.
Así lo creo.
Nos leemos la próxima. ¡Hay vida!