Add one

O Opinión

Onésimo, atípico

Inicio desactivadoInicio desactivadoInicio desactivadoInicio desactivadoInicio desactivado
 

Nada es simple en torno al recién finado Onésimo Cepeda Silva (Ciudad de México, 1937-2022); sin duda, se trata de una compleja personalidad político-eclesiástica mexicana de la segunda mitad del siglo XX. Se dice que fue un personaje de inquietantes contrastes y matices: atípico en el espectro religioso contemporáneo pero aparentemente intrascendente como líder espiritual; un obispo que parecía muy cómodo entre los poderosos y muy complaciente con los humildes; un pastor opulento de anécdotas y palabras, pero exiguo de oración y sobriedad; un hombre de conflicto, incapacitado para la diplomacia; un funcionario -eso sí- que condujo cada labor a conciencia y con eficiencia.

Y, aunque sea cierto lo anterior, hay otro Onésimo del que se habla poco, como nos lo recuerda aquel panegírico que uno de sus seminaristas le ofreció en su XV aniversario episcopal: “Usted es incansable defensor de la verdad, ilumina los sectores de la actividad humana en el respeto y la promoción de la libertad política y la responsabilidad de los ciudadanos, capaz de atraer los medios de comunicación para conducir el horizonte temporal hacia la vocación eterna. Hoy por hoy, Onésimo Cepeda es una voz autorizada y reconocida en México. Que así como es capaz de darle un sabio consejo al presidente de la República mexicana, de sentarse a la mesa con destacados empresarios, que dialoga con los gobernadores del país; no escatima en su celo pastoral para acercarse y conocer  a cada uno de sus seminaristas”.

Hay un Onésimo Cepeda que sólo fue un obispo haciendo de obispo: predicaba largas homilías en las que increpaba a la asamblea con lenguaje simple y en ocasiones hasta folclórico, presidía interminables encuentros de laicos y sacerdotes, cumplía con determinación el trabajo de escritorio donde creó el plan diocesano de pastoral y la organización administrativa de las vicarías episcopales de Ecatepec.

Onésimo llegó a afirmar que en su juventud rompió con la Iglesia católica cuando un cura le aseguró que el cáncer de su padre era producto de un castigo divino; dijo que por ello eligió la universidad, las leyes y la banca bursátil como su vocación. De pronto, quiso ser sacerdote para reparar aquello que otros ministros habían dinamitado.

Eligió primero la ruta de la Iglesia de los pobres y de la teología de la liberación. Creció bajo el ala de ‘El Obispo Rojo’, don Sergio Méndez Arceo, y de otros pastores que censuraban al poder por sus abusos. Ascendió vertiginosamente en posiciones curiales pero sin duda brilló frente a las multitudes; su vocación, eran las masas. En algún punto -quizá bajo los reflectores de la televisión norteamericana-, Cepeda abandonó el socialismo cristiano de su mentor, dejó de combatir al imperialismo, de denunciar los excesos de los poderes temporales y dejó de apoyar la digna resistencia de los pueblos ante los intereses económicos. Fue entonces cuando comenzaron a verle cualidades episcopales.

Sus habilidades no pasaron desapercibidas por el nuncio apostólico Girolamo Prigione y fue nombrado como primer obispo de Ecatepec, de esa inmensa y densamente poblada mancha urbana en crecimiento. Allí, Onésimo consagró, enseñó y gobernó en su diócesis; aunque jamás abandonó su vena empresarial. 

Construyó, con una celeridad jamás vista en Latinoamérica, una inmensa y moderna catedral; comenzó a destacar en el panorama nacional por sus comentarios políticos, por sus encuentros y desencuentros con familias de abolengo, por su gusto por las corridas de toros, por su recurrente presencia en las páginas de sociales, por su cercanía y apoyo al partido hegemónico e incluso por algunas expresiones vulgares que incomodaron a todos. Siempre fue, sin embargo, un rebosante predicador. En marzo del 2010 dijo ante el pueblo: “La obligación que yo tengo es decirles que tienen que hacer lo que Dios quiere; si no lo hacen la culpa es de ustedes, no mía. Pero si yo no les predico, entonces la culpa será mía”. Así eran sus homilías, casi todas incluían la primera persona del singular y duros cuestionamientos a los asistentes. Entre sus palabras y actos, Onésimo predicó abundantes contradicciones que nunca reconoció.

Fue un obispo al poder yuxtapuesto, hasta sus seminaristas lo entendieron. Cuando fue jubilado y expeditamente relevado al frente de la diócesis, Onésimo se molestó apenas por un instante. Un par de meses después charlé con él y le conté la historia de un viejo obispo que vivía con gratitud su jubilación porque ahora tenía más tiempo para orar en paz: “No, yo no. Yo voy a viajar -me interrumpió con una sonrisa-; voy a darle la vuelta al mundo”. Y así lo hizo.