De entre las sensibles heridas que ha dejado el clima de violencia en el país –en especial tras los asesinatos de los sacerdotes jesuitas, Javier Campos y Joaquín Mora, en Cerocahui y del empresario Julio Almanza en Matamoros–, ha germinado contra todo pronóstico una de las iniciativas civiles más audaces e integradora de los últimos tiempos en México.
No es un decreto gubernamental ni una estrategia policial-militar; es algo mucho más profundo y, por ello, más revolucionario: un acuerdo cultural desde las entrañas mismas de la economía nacional para fabricar paz desde el tejido productivo del país.
El pasado 3 de septiembre, en la Ciudad de México, se lanzó formalmente el programa del reconocimiento mediante el ‘Distintivo por la Paz’ al que pueden aspirar espacios de productividad y negocios en una gran epopeya cívica de transformación social.
Se trata de la posible adhesión masiva de las cámaras empresariales, los servicios turísticos, las industrias de transformación y, crucialmente, de millones de negocios familiares a los “Diálogos por la Paz” y que parte de un principio elemental, a menudo olvidado en los escritorios del poder: la paz no se decreta, se construye. Y se construye, sobre todo, desde la cultura.
Iglesias, academia y cámaras empresariales lanzan 'Distintivo por la paz' para transformar México
Uno de los más grandes desafíos que vivimos, en medio de la agresividad y la violencia como formas “normalizadas” de la relación humana y social, es dotar a las prácticas cotidianas de nuevos sentidos de bienestar y esperanza, de justicia y bien colectivo. Por ejemplo, la dinámica económica –ese ir y venir de transacciones, empleos, consumos y servicios– que forma parte del sustrato cultural que tenemos, puede y debe ser también un espacio y ambiente en el que moldeamos una convivencia integradora, tolerante, pacífica y, sobre todo, promotora de justicia. Ignorar este hecho es condenar cualquier estrategia de seguridad al fracaso. Se pueden saturar las calles de soldados, pero si la cultura del miedo, la extorsión y la complicidad silenciosa sigue siendo el ambiente invisible que opera en las tiendas, las fábricas, los mercados y los negocios, la violencia simplemente se adaptará y persistirá.
Es por ello que el mecanismo anunciado por la CONCANACO-SERVYTUR, la CANACINTRA y la USEM de promover a través de ‘Diálogos por la Paz’ el distintivo ético para empresas constructoras de paz y de justicia, es elegante y concreto. No se trata de una certificación burocrática sino de una toma de conciencia y un pacto público desde las empresas con aspectos de justicia laboral, bienestar comunitario, corresponsabilidad social y compromiso cívico.
La propuesta es que cualquier empresa, desde el corporativo más complejo hasta la tiendita familiar de la esquina, pueda acudir a responder una veintena de aspectos que son, en realidad, radiografías de su propio quehacer empresarial y comunitario y, alcanzar el distintivo de ser una empresa comprometida con la paz.
El diagnóstico no es complejo: ¿Cómo trata a sus empleados? ¿Tiene políticas salariales justas? ¿Cómo se relaciona con su colonia y municipio? ¿Es solidario con las víctimas de violencia? ¿Participa en la vinculación institucional con la justicia y la seguridad pública locales? ¿Fomenta la inclusión, el compromiso con el medio ambiente, la resolución pacífica de conflictos? ¿Participa en la recuperación de espacios públicos para construir entornos seguros para todos? ¿Cómo fomenta la confianza y la prevención al interior de la impresa? Entre otras. El distintivo no premia la perfección, sino la voluntad consciente de que las empresas y los negocios pueden ser nodos de paz en una red de violencia.
La iniciativa por supuesto responde a un diagnóstico nacional duro de asumir, porque para toda una generación entera la violencia no es una anomalía, es el paisaje cotidiano: La agresividad, el temor, la restricción de espacios públicos y la desconfianza son el aire que respiran millones de personas, especialmente los jóvenes.
Por ello, para revertir esa ‘culturización’ del horror, no se pueden limitar las estrategias a atender fragmentos de una sociedad compleja. Se trata de reconstruir todos los espacios de convivencia social, incluidos los ámbitos donde se desarrolla la vida económica: la tienda donde se compra, el negocio que provee, la empresa donde sueñan con trabajar, el café donde socializan.
La iniciativa del ‘Distintivo por la Paz’ es un reconocimiento tácito de que la seguridad no es una cuestión exclusiva de armamento y despliegue de agentes de fuerza pública. Es una estrategia de prevención y promoción cultural, tan necesaria como los operativos. Es entender que cada vez que un comerciante se niega a pagar derecho de piso y lo denuncia en un diálogo honesto con las autoridades locales, cada vez que una empresa integra a jóvenes en riesgo con dignidad, cada vez que un cliente es tratado con honestidad y no como una presa a la que estafar, se está revirtiendo la inercia que construye los cimientos culturales de la delincuencia.
La paz –nos recuerda esta iniciativa tan singular– puede ser el producto nacional más valioso que los emprendimientos locales y regionales pueden ofrecer al futuro. La urgencia de reconstrucción social, que comenzó con una dolorosa herida, contempla ahora cómo se puede aportar hacia una epistemología de la esperanza también desde las dinámicas económicas y productivas cotidianas de nuestro entorno. Esperemos que sea el inicio de un largo camino de toma de conciencia y participación comprometida.