En la mañana del 16 de noviembre de 1989, el P. José María (“Chema”) Tojeira, español, gallego, provincial de los jesuitas de Centroamérica, de 42 años, se despertó de buen humor porque aquella había sido la primera noche desde hacía semanas en que había podido dormir de un tirón.
Por fin lo había logrado. San Salvador, la capital de El Salvador, estaba sumida en plena guerra civil, con toque de queda, con combates en las calles entre el ejército nacional y el FMLN. Era frecuente escuchar disparos, bombas, helicópteros, aviones.
Chema se estaba afeitando feliz cuando Obdulio, el jardinero que vivía junto a la comunidad de los jesuitas del campus de la UCA, a pocos metros de la comunidad de Chema, pero separados por un muro, llegó gritando: “¡Mataron a los Padres!”. La felicidad de Chema solo había durado unos minutos.
Se vistió deprisa y corriendo, atravesó el portón y se encontró tendidos en la hierba, muertos, acribillados por metralletas, a los seis jesuitas de la comunidad de la UCA. Cinco estaban en la hierba, y el sexto en una de las habitaciones. El más conocido era Ignacio Ellacuría, a cuyo pensamiento he dedicado buena parte de mi vida.
Los otros cinco eran Ignacio Martín Baró, Segundo Montes, Amando López, Juan Ramón Moreno y Joaquín López y López. Cinco españoles y un salvadoreño. Para que no hubiera testigos, los asesinos (militares, seguro) habían acribillado también a Julia Elba, la cocinera, y a su hija, Celina, una muchacha de dieciséis años. Así de nobles son las guerras.
Dios nos da a cada uno alguna misión en la vida. Con nuestra libertad podemos aceptarla o rechazarla. Chema la aceptó. En aquel momento se erigió en el portavoz de los jesuitas de Centroamérica, en el acusador de lo que se llamaría “el Caso Jesuitas” y formularía aquellas tres palabras históricas: “la Compañía de Jesús de Centroamérica, tras el asesinato de nuestros seis compañeros y de la cocinera y su hija, buscará, por este orden, verdad, justicia y perdón”. Verdad: que se sepa quién los mató y quién había dado la orden; justicia: que sean juzgados según las leyes vigentes; y solo después, perdón, porque es cristiano perdonar.
El Caso Jesuitas fue el único juicio que se celebró en El Salvador tras 75.000 muertes, y terminó en un fiasco. Los soldados fueron juzgados, algunos condenados, pero nunca se llegó a juzgar a quienes habían dado la orden, aunque todo el mundo sabía quiénes eran: el presidente, el ministro de defensa y el embajador de Estados Unidos. De ahí que la Compañía de Jesús acabara pidiendo la libertad para los soldados condenados, que efectivamente la acabarían obteniendo poco tiempo después. Años después las familias de los cinco jesuitas españoles asesinados se organizarían para que el caso se reabriera desde España.
Conocí a Chema Tojeira poco después de aquellos sucesos, en Loyola. Nos contó esta historia que narraría multitud de veces ante públicos muy diversos. Llevaba su misión con entereza, valentía, convicción, tozudez; los gallegos tienen fama de perseverantes. Me lo volví a encontrar en 1996 en El Salvador, cuando él ya no era provincial.
Yo creo recordar que entonces ya era rector de la UCA, pero los archivos dicen que empezó a fungir como rector en 1997. Hablamos largo y tendido. Me contó muchas cosas sobre Ellacuría que necesitaba conocer para mi tesis. Y durante los años siguientes le seguí la pista de lejos. Volví a verlo, también en la UCA, en el 2005. Siempre fue un hombre bueno, trabajador, fiel, entregado a la causa de los pobres y consciente de que era, junto con otros, la memoria viva de los mártires jesuitas de la UCA.
El P. José María Tojeira, Chema, falleció el pasado 5 de septiembre en Guatemala, a los 78 años. Afortunadamente dejó la antorcha de su misión bien encendida.
Seguiré, espero.