Degustaba yo una sabrosa cerveza artesanal bajo una higuera frondosa que daba jugosas uvas disfrutando la compañía de unos amigos periodistas que hicieron época en las décadas de los 80, 90 y dosmiles. Aunque es cotidiana la reunión de los así llamados carcamanes en el lugar que hemos bautizado como el callejón, esta ocasión era muy especial.
Era el 13 de septiembre de 2024. Allí estaba entre nosotros el gran periodista Francisco Ortiz Pinchetti. Paco fue uno de los periodistas que documentaron en la revista Proceso todo el verano caliente del 86, cuando se denunció el fraude electoral en la elección de gobernador en Chihuahua. El otro periodista fue Jaime Pérez Mendoza, ya fallecido.
Henos allí, bajo esa frondosa higuera de jugosas uvas, que salió el tema del 86. Salieron no pocas anécdotas de todos esos testigos privilegiados de aquella epopeya política. Por supuesto que salió el tema del Arzobispo don Adalberto Almeida y Merino. Unos y otros platicaron su experiencia. Incluso Paco se acordó de alguna. Yo aporté las mías.
La tarde de ese viernes planeaban un viaje a Creel, al que yo no había podido agendar. Pero me hice presente para saludar a Paco Ortiz.
Cuando pedí mi segunda cerveza, quizá la tercera, le dije al periodista avecindado en la Ciudad de México que si conocía la biografía que sobre don Adalberto había escrito el P. Dizán Vázquez, quien fue también artífice del 86. “No sé de la existencia”, me respondió. Leo Zavala se lo prometió “pero con v de vuelta”. En un arrebato de misticismo franciscano, yo le prometí regalarle el único ejemplar que tenía.
Hábil, Paco aceptó el regalo “siempre y cuando me lo entregues en Creel”. Así, al día siguiente me presenté en la casa de Lety Castillo y Pedro Torres, para que Raúl Gómez Franco pasara por nosotros (sin Pedro) con mi mochila y con el ejemplar de Don Adalberto, el arzobispo de la renovación conciliar, de Dizán Vázquez. Disfrutamos Creel.
Cuando volví del misticismo me dije que podría conseguir un ejemplar para tenerlo. Acudí con el autor para comprarle uno y comentarle de mis planes para escribir una biografía. Me dio su placet para mi plan y me confirmó que no tenía ningún libro de Don Adalberto.
Ups. Re contra ups.
Lo busqué por meses. Nada. Desistí.
Pero apareció la Librería Infinito. Al saludar a Guillermo Estrada, volví la vista al librero de religiosos. Me llamó don Adalberto. Justo un año después de esa tarde bajo una frondosa higuera de jugosas uvas volví a tener el libro entre mis manos.
Dizán Vázquez hizo un trabajo magistral. Una excelente recopilación de los sucesos y pensamientos del segundo Arzobispo de Chihuahua.
En el texto se acompaña la vida de don Adalberto a la par que se hace un recorrido por la historia de Chihuahua, por la historia de la Iglesia… y de alguna manera muy particular por la historia de México, porque el Arzobispo de la renovación conciliar tuvo una destacada participación en la vida democrática de nuestro país.
En esa tarde de pláticas periodísticas bajo la frondosa higuera de jugosas uvas se planteó la afirmación de que sin la participación de la Iglesia Católica en 1986, con don Adalberto a la cabeza, no hubiera sido posible la llegada de la transición democrática en el 2000.
Pero por supuesto, Dizán Vázquez no se queda solo en la parte política. Explica perfectamente cómo el Concilio Vaticano II influyó en el Arzobispo Almeida, para cambiar su perspectiva pastoral. Aunque propiamente durante el desarrollo del Concilio, don Adalberto no tuvo una participación directa y activa como orador, sí que removió su pensamiento.
El Concilio terminó en 1965 y su llegada como Arzobispo de Chihuahua es en 1969. Es aquí en Chihuahua cuando su idea de renovación conciliar la aplicó determinantemente.
Frutos de esa nueva concepción -explica Dizán Vázquez- son las tres cartas pastorales que publicó junto con otro sobre cómo planificar la pastoral parroquial y que reunidos en un solo ejemplar llamó Evangelización. El autor dice que este texto conjunto “es uno de los documentos más importantes generados en la Iglesia mexicana en el siglo XX”.
Dizán no rehúye ningún tema, por escabroso que pudiera pensarse. Hay dos eventos en la década de los 70 que ilustran el compromiso social que la Iglesia en Chihuahua mantenía con don Adalberto a la cabeza: Primero, su voz profética ante la violencia exacerbada que se dio en los primeros años de esa década y luego en 1977 con el asesinato del P. Rodolfo “Chapo” Aguilar.
Luego vienen los 80. La madurez de la pastoral. El estilo personal implantado. La organización de los ministerios funcionando. Los Consejos parroquiales de Pastoral activos. El florecimiento evangelizador. La comunicación católica en la punta de lanza. Y el compromiso social. El compromiso social. El compromiso social.
Los 90 apenas los alcanzó como Arzobispo. En 1991 se cumplieron los 100 años de la creación de la diócesis de Chihuahua y se celebró con un Congreso Eucarístico. Don Adalberto acababa de cumplir 75 años. Al día siguiente dejaba la diócesis para convertirse en emérito.
Unos días antes de ese domingo 23 de junio de 1991, don Adalberto le había dicho al reportero de Notidiócesis: “Siento muy grande gratitud con el Señor, porque ha sido espléndido conmigo durante toda mi vida. Mi mayor preocupación en la diócesis ha sido tratar de vivir las enseñanzas del Vaticano II y las de Medellín y Puebla, tomando en cuenta los documentos posteriores del Magisterio, especialmente la de Pablo VI, Evangelii nuntiandi”. Y sí, don Adalberto es el arzobispo de la renovación conciliar, como lo afirma Dizán Vázquez. Agregaría que también fue el Arzobispo de la evangelización integral.
Yo le doy gracias a Dios por dos hechos aquí narrados en los que tuve participación directa. Uno, me tocó tratar personalmente a don Adalberto, cuyo proceso de beatificación está abierto en Chihuahua. Y dos, el reportero de Notidiócesis que menciono en el anterior párrafo soy yo, que aparezco como fuente del libro del padre Dizán, que fue mi jefe por esos años.
Un tercer hecho debo mencionar. Tuve la fortuna de platicar con grandes periodistas bajo la frondosa higuera de jugosas uvas.
Ojalá que Paco Ortiz haya disfrutado el libro tanto como yo.
Nos leemos la próxima, que ya rebasé en 200 las palabras que me toca escribir cada semana. ¡Hay vida!