Era una noche de fuego en un pequeño salón de una calle perdida al fondo de una colonia en despoblado de la periferia de una ciudad apagada y triste. Había sido invitado por un amigo que me dijo cómo llegar hasta allí pero no me dio indicaciones de cómo salir de ese laberíntico barrio de tenues lámparas de halógeno apagadas y estrellas soporíferas.
Cargaba dos libros y cuatro revistas bajo mi brazo derecho. Como no fumaba, hube que agarrar un paja de escoba vieja para aparentar una valentía que no sentía. Era como un círculo de lectura, sin círculos ni lecturas.
Conté once personas, además de mí, cuando el jefe de la banda comenzó por dar el pase de lista. Solo respondieron seis de dieciocho nombres que llamó. A los restantes nos anotó en un cuaderno de hojas amarillentas con una pluma de tinta roja.
A cada uno de los nuevos nos hizo diferentes preguntas: 'Qué autor colombiano has leído últimamente. Menciona algún libro que hayas releído de la literatura rusa. Menciona una escritora italiana. Cuál fue el último Nobel que has leído…'
Sudando densas gotas que se resbalaban a borbotones por mi cuello, el jefe me preguntó sobre la literatura de la onda. Quedé perplejo. En dos segundos di un repaso mental por mis apuntes literarios y no pude recordar nada. Sorry. El jefe, decepcionado por la ignorancia meridiana que mostraba su servidor, me preguntó sobre la invitación para estar esa noche en esa salón de esa calle de esa colonia de esa periferia de esa ciudad apagada y triste. Luis me invitó, pero no vino. Dije al tiempo que mi pañuelo se salpicó con el sudor hinchado que llegaba hasta el pecho. Luis, ah qué Luis, ya le diré. Pude permanecer esa noche de fuego en ese círculo de lectura sin círculos ni lecturas.
Volví a la civilización sin saber ni cuándo ni cómo. Era la década de los 80. No había Google para investigar por la literatura de la onda. Siete días después pude ver apenas a Luis. Le recriminé su ausencia y le pregunté por la respuesta que no supe. José Agustín, recuérdalo, José Agustín, el máximo exponente de la literatura de la onda. Dos días después, mientras ingeríamos un café increíblemente malo, insípido e incoloro en Woolworth, me prestó Ciudades Desiertas. Nunca se lo devolví.
Me gustó lo perfectamente anti ceremonioso que me pareció José Agustín. Desinhibido, simpático, irónico, relator nato… Crítico además. Cínico, amoroso, desenfadado y pendenciero. Ciudades desiertas es un coctel de emociones y situaciones.
Susana es una escritor ordinaria y común. Vive en la Ciudad de México, casada con Eligio, un actor de medio pelo. Un matrimonio cansado, con ideas distintas y esperanzas desiguales. De pronto, Susana recibe la noticia que ha sido seleccionada para recibir una beca de un Programa de Escritores, e irse a estudiar a Estados Unidos. Ni tarda ni perezosa decide aceptar la beca y viaja al país del norte. Mejor dicho, huye de su hogar, para buscar en Estados Unidos el porvenir que de pronto se le presenta en su vida llena de cotidianidad cotidiana. Por supuesto que no le avisa a su marido el nuevo derrotero.
Eligio se descubre enamorado de Susana pero abandonado a una suerte que no eligió. Comienza por indagar qué destino pudo tener su compañera de vida.
En ese conocimiento de emociones, ambos piensan en su pasado al que no quieren volver y planean su futuro: uno junto a la otra, y la otra fuera del otro. En el presente, se descubren habitantes de unas ciudades desiertas, que nos los acogen ni los cobijan como seres humanos. Se dan cuenta que viven una vida que nos es suya, ni la han buscado ni la piensa vivir así.
Eligio, descubriendo por dónde se ha ido su compañera, viaja a Estados Unidos para encontrarse con Susana. Susana, sin sospechar que Eligio la ha descubierto, intenta encontrarse consigo misma.
El encuentro entre ambos no es fácil, porque su vida pasada ha cambiado, pero sus emociones siguen teniendo un cierto ardor mutuo.
José Agustín se regodea en una prosa ágil, a veces larga, pero siempre entendible y desenfada. Con un lenguaje fluido y lleno de juventud, con todo lo que puede significar esto. Dicen las reseñas que Ciudades desiertas fue la primera novela verdaderamente antimachista. No sé. Eligio decide buscar a su compañera porque descubre que Susana es la pieza que le falta para dar alegría a su monotonía y se desvive hasta encontrarla y hacerle ver quién es ella para él. Si esto es antimachista, pues sí, Ciudades desiertas es antimachista.
Muchos años después de su publicación, la novela de José Agustín fue llevada al cine con el nombre de Me estás matando Susana, protagonizada por Gael García en sus años gloriosos. La trama sufrió cambios que alejaron un tanto del tema profundo de Ciudades desiertas, pero valió la pena.
No volví al círculo de lectura sin círculos ni lecturas. Luis no me volvió a invitar. No volvimos tampoco a Woolworth, primero porque el café era insufrible y después porque cerraron su cafetería. Las cuatro revistas que llevé bajo el brazo derecho desaparecieron en una limpia que se hizo en la casa paterna. Eran de aquella fabulosa revista Encuentro de la juventud, editada por el CREA. De los dos libros que cargué aquella noche de fuego solo recuerdo uno cuyo nombre no revelaré.
Fui a la Feria del Libro en Chihuahua pero no diré nada. Espero ir a la FIL de Guadalajara, y ya les contaré.
Nos leemos la próxima. ¡Hay vida!

