Parece que el debate acerca de si la acción de Israel en Gaza es o no un genocidio se ha zanjado definitivamente: lo es. Sin embargo, el término genocidio se queda corto en este caso.
Hay que añadirle un adjetivo, genocidio obsceno, que recuerda a la idea de banalidad del mal, que Hannah Arendt acuñó durante el juicio al nazi Adolf Eichmann en Jerusalén.
Mientras el ejército israelí masacra a la población palestina en Gaza (y no olvidemos Cisjordania, menos llamativo, pero real), matándola con bombas, metralletas, hambre, eliminando sus accesos al sistema de salud, etc., y acaba también con la vida de reporteros (para que no haya testigos del genocidio) y cooperadores internacionales, hasta alcanzar la cifra total de 650.000 muertos, según una representante de Naciones Unidas, hay miembros del gobierno de Israel que ya comentan en televisión con una sonrisa de oreja a oreja que el resort turístico que se construirá en Gaza “será un excelente negocio”, y animan a invertir en él. Los vomito.
Si existe el infierno, ellos estarán en él junto con los nazis que masacraron a sus bisabuelos.
Algo empieza a moverse, sí: hay judíos ortodoxos en Nueva York que se han manifestado contra el gobierno de Israel; varios países europeos han reconocido el Estado palestino; la Vuelta a España ha sido boicoteada porque había un equipo israelí; etc.
No obstante, es demasiado poco y llega demasiado tarde: 650.000 muertos; ¿más de un millón de heridos?; ¿cuántas personas traumatizadas de por vida?
Como dijo una comentarista de la televisión francesa, “Israel no ha masacrado a los palestinos en Gaza; ha masacrado a la humanidad”.
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Hegel
La teología (poco conocida) y la filosofía de Hegel empiezan y acaban con esta frase del Evangelio de San Juan: “Y el Verbo se hizo carne” (Jn 1,14). Quien entienda esta frase ha comprendido a Hegel. Lamentablemente, la mayoría de los posthegelianos, de “derecha” y de “izquierda”, no la entendieron.