Ciudad de México.— En un análisis profundo de los recientes avances en desarrollo embrionario artificial, el cardenal arzobispo de Utrecht, Willem Jacobus Eijk, planteó inquietudes éticas fundamentales durante su participación en el simposio “El don de la Vida y la Ciencia Moderna” organizado por el Centro de Estudios en Familia, Bioética y Sociedad (CEFABIOS) en la Universidad Pontificia de México. Basado en investigaciones científicas recientes, el también médico de profesión y miembro de la Pontificia Academia para la Vida de la Santa Sede, alertó sobre los desafíos éticos de las tecnologías que podrían reemplazar parcial o totalmente la gestación humana.
El arzobispo describió algunas tecnologías existentes y en desarrollo que exigen reflexiones y posicionamientos éticos y morales: Los úteros artificiales, que mantienen mamíferos prematuros (como corderos) en una bolsa con oxígeno y nutrientes; o las placentas artificiales que ofrecen soporte extracorpóreo mediante fluidos intravenosos; o las más recientes que hablan de cultivos embrionarios prolongados, avance desarrollado por el Instituto Weizmann (Israel) que logró en 2023 mantener embriones de ratón en etapas entre la gastrulación y la organogénesis.
El cardenal reconoció que algunos de estos avances tecnológicos favorecen mecanismos terapéuticos inéditos para el ser humano en gestación; sin embargo, también llamó a valorar la racionalidad entre los esfuerzos tecno-científicos y las condiciones de natural supervivencia y desarrollo saludable de la temprana vida en gestación.
Al reflexionar sobre escenarios futuros y sus dilemas éticos, el cardenal Eijk enumeró aplicaciones potenciales de la ectogénesis (gestación fuera del útero), por ejemplo: para mujeres que no tienen útero, congénito o post-histerectomía; para mujeres que deseen “saltarse el embarazo” o que tienen problemas de alcoholismo o drogadicción; para situaciones en las que el embrión no logra implantarse en el endometrio de la mujer que busca embarazarse; como solución para mujeres de edad avanzada que tienen riesgos naturales del embarazo tardío; como alternativa a la subrogación de vientres (renta o donación de mujeres para gestar el hijo de terceros interesados) o como una solución para transgéneros y parejas de varones del mismo sexo de tener hijos.
Ante ese potencial panorama, el cardenal planteó objeciones fundamentales basadas en la doctrina católica y la ética médica. Por ejemplo, ante la pérdida masiva de embriones de algunas de estas técnicas de desarrollo embrionario artificial (“lo cual no puede justificarse moralmente”, acotó) el arzobispo señaló como posible uso ético el salvar embriones criopreservados destinados al descarte; no obstante cuestionó si la ectogénesis completa podría considerarse terapéutica cuando “no asiste, sino que reemplaza el acto conyugal”.
El cardenal insistió en que el ser humano no puede ser concebido como producto de técnicas médicas; pues esa posibilidad suplantaría la donación mutua de los esposos en la procreación; pero sobre todo, porque convertiría dicha procreación en “acto tecnológico” negando al ser humano su carácter de “regalo de Dios”.
En su ponencia, el cardenal Eijk planteó además preocupaciones transversales a la ciencia, la ética y la moral cristiana sobre el camino que podrían tomar los avances tecnológicos en especial en lo referente a la relativización del vínculo real y natural entre la madre e hijo; en la paradoja feminista donde si bien estos avances podrían verse como parte de la “liberación de la mujer al proceso reproductivo”, también podrían “robar a las mujeres el privilegio procreativo”.
Los avances sobre el desarrollo embrionario y fetal artificiales también podrían tener impacto en debates sociopolíticos actuales como en el aborto o en la pretendida redefinición de la identidad familiar, de la paternidad y maternidad contemporáneas. En el fondo, la inquietud responde a que la posibilidad de prescindir de estructuras relacionales humanas terminarían por fragmentar lo físico, lo psicológico y lo moral que constituye a la familia.
Eijk concluyó que estos avances obligan a confrontar preguntas éticas sobre cómo se percibe social y públicamente al ser humano en gestación, si es un “regalo” o se le reduce a “objeto tecnológico”. Su advertencia central apuntó al riesgo de que el ser humano se convierta en “árbitro del plan divino”, perdiendo de vista que la vida humana “no debe producirse, sino recibirse”.