Tenemos varias crisis enlazadas unas con otras como si de cerezas en un frutero se tratase. Quieres coger una cereza y te encuentras con tres en la mano; quieres abordar una crisis y topas con varias. Las conexiones no son siempre claras, pero la impresión es de que “todo está conectado”, como repetía el difunto papa Francisco en su encíclica Laudato Si’ (2015) y otros textos.
Hoy yo quería escribir sobre la crisis de la democracia, pero me he desayunado con la noticia del bombardeo de Estados Unidos a Irán, que había estado bombardeando a Israel, que había estado bombardeando a Irán y masacrando palestinos (y sigue haciéndolo), cuyos terroristas de Hamas habían cometido un atentado atroz contra los israelíes hace más de año y medio (con secuestrados todavía no liberados), sin olvidar la invasión rusa de Ucrania (que ha repercutido en el abastecimiento mundial de cereales además de haber segado la vida de decenas de miles de jóvenes soldados rusos y ucranianos), el posible cierre del estrecho de Ormuz por parte de Irán (que repercutiría en el abastecimiento mundial de petróleo y gas), el desembarco de mafias de narcotraficantes en Europa (con el consiguiente aumento de la delincuencia de alto nivel, por ejemplo, en Francia), la corrupción de políticos por todas partes, sean de derechas o de izquierdas.
Hay una crisis global que se manifiesta de maneras muy distintas. Sintéticamente diría que se generaliza el egoísmo y mengua el altruismo. El egoísmo puede tener diferentes niveles: el nacional (“lo único que importa es el beneficio de nuestro país”), el cultural, étnico, de clase, religioso, familiar, individual. En todos esos niveles se da el mismo esquema: lo mío, lo nuestro, es lo único importante, y lo defenderemos como sea, aun saltándonos las leyes y los acuerdos firmados.
Obviamente, con ello cae el altruismo, que tiene los mismos niveles que el egoísmo: nacional, cultural, étnico, etc. No digo que en el pasado todo fuera mejor; eso sería un romanticismo ingenuo. Sin embargo, la sensación de que vamos a peor es bastante generalizada: tensión, conflictos, debates dicotómicos, dictadores de facto en supuestos países democráticos, uso de la violencia, desigualdad enquistada, prepotencia de los fuertes, etc.
¿Qué hacer? No ceder; no arrojar la toalla; no dar las derrotas por definitivas; seguir luchando y trabajando por los derechos humanos, la democracia, el Estado de Derecho, la deontología profesional, el diálogo, la búsqueda de la conciliación pacífica a los conflictos, la apuesta por la convivencia en la diversidad, por la reducción de la desigualdad, el respeto de las instituciones; seguir defendiendo los valores que humanizan la vida, aun cuando no estén de moda.
Vivimos un tiempo crítico de este siglo, tal vez como lo fueron las décadas de los años veinte y treinta del siglo pasado. Ante la crisis generalizada, no es momento para la debilidad, ni para el derrotismo, ni para la evasión. Es momento para concentrarse en lo importante: la humanidad. No hay nada más importante que ella. Sin olvidarnos de la naturaleza (nuestro hogar), no hay nada más valioso que el Bien Común, el bienestar de todos, sin excepción.
Podremos medir nuestra contribución con el tiempo y el dinero, porque creemos verdaderamente en aquello a lo que dedicamos tiempo y dinero; lo demás se lo lleva el viento.
Seguiré, espero.