“Ayúdame con mis cuentas, Fer, creo que no estoy bien organizado…”. Nos habíamos conocido años atrás en alguna reunión de asuntos políticos y creo que nos habíamos caído bien. Nos veíamos y platicábamos de asuntos varios, sin olvidar por supuesto la política.
Nos tomamos decenas de tazas de cafés cuando acudía a mi oficina en el Palacio Municipal en mi búnker sin ventanas y se unía a nuestro diálogo el siempre bien ponderado Carlos Mario Alvarado, el Charly.
Alfredo sabía de mis gustos por los libros, por el café y por las cuentas contables. Desconoce sin querer mi debilidad por el vino.
Era una tarde de sol, sin lluvias y de un vientecito que refrescaba ante el calor que ya se sentía en un cálido abril de un año incierto de sequía y sin campañas políticas. Piñera llegó antes que yo a la cita. Tenía una pequeña empresa, no acumulaba muchos ingresos, pero deseaba quedar bien con Hacienda. Me convertí en su contador, con lo que las visitas se hicieron mensuales para entregarme sus cuentas y yo la declaración fiscal. Le dio por vender carne seca también.
Llegado el momento cerró su negocio. Lo di de baja. Las visitas se espaciaron. Me pidió asesoría para su jubilación y nos tomamos algunas tazas de café en un período corto, hasta que logró su objetivo.
Hace unas pocas semanas nos vimos muy rápido. Era necesario un trámite fiscal sencillo, que le ayudé a obtener en unos escasos minutos. Quedó agradecido y dijo que me tenía un regalo. Nos vimos en un estacionamiento, nos pusimos al día en cuatro minutos y treintaitrés segundos.
Así llegó a mis manos Los elefantes no vuelan, de David Montalvo.
Debo confesar -creo que ya lo he hecho antes- mi casi nula afición por los temas de superación personal. Si estos elefantes los hubiera visto yo en alguna librería les hubiera dado la vuelta. Seguro. Pero ya un regalo es muy diferente. Así que lo dejé en el altero de los libros próximos a leer, donde quedó a dormir el sueño de los justos, hasta que haciendo limpieza cayó hasta el suelo justo cuando había terminado un largo libro de historia de la revolución mexicana que me dejó exhausto.
Los elefantes son, por supuesto, figuras metafóricas que Montalvo usa para describir los problemas propios y ajenos, reales o inventados, pequeños o grandes y que nos impiden avanzar en el sendero de la vida o de la empresa o de la escuela o en el trato con las demás personas.
Esperaba una mayor explicación sobre las inexistentes alas paquidérmicas, pero el autor no se preocupa demasiado por el tema de los vuelos. Hace hincapié mayor en cómo los elefantes se convierten en el centro de nuestra vida y cómo nosotros reaccionamos ante el animal desconocido que de pronto aparece en el camino.
Como todo libro de superación personal que se precie de serlo, parte de reconocer el elefante que está delante de nosotros. Sus características. Su forma. Su tamaño. Su movimiento. Reconocerlo realmente. “Cuando agrandas al elefante, adquiere todo el control sobre ti. Lo mismo sucede con el miedo: te gana cuando le das fuerza”, dice David Montalvo. “Que el elefante sea pequeño o grande importa, pero no determina. El problema no es la crisis, sino nuestros apegos y expectativas”.
Como una parábola que se repite, Montalvo va y vuelve con los elefantes. Intenta describirlos para que en la medida que se van conociendo vaya desapareciendo el miedo y así superar los obstáculos. Pretende hacernos ver que los elefantes se pueden sortear, cuando los conocemos. Lo importante no es inmovilizarnos. “Todo se mueve cuando uno se mueve”.
Y el movimiento es cambio. Recuerda entonces a Viktor Frankl: “Cuando ya no somos capaces de cambiar una situación, nos encontramos ante el desafío de cambiarnos a nosotros mismos”.
Es entonces, para Montalvo, cuando aparece el tiempo. Y el tiempo es el presente. “Haz lo que tengas que hacer hoy para que tu elefante dé aunque sea algunos pasos. No mañana, no en un mes, no en una semana. Hoy”.
Apunta al final. “Por simple que parezca, hacer lo que nos corresponde en cada momento es la mejor forma de contribuir a la sanación del planeta”.
Sí. Los elefante no vuelan. Los problemas no vuelan si no los enfrentamos.
He de decir que sigo con mi escasa afición a la literatura de superación personal. Reconozco que existen muchos lectores que la prefieren y han encontrado en ella un vasto campo para superar problemas y enfrentar mejor la propia vida y sus avatares. Quizá no sea yo quien deba escribir sobre este tipo de libros, pero lo cierto es que forman parte de mi historia y aunque escasos, tengo mis dos docenas de libros ya leídos en mis libreros que acompañan a la Tamaro, a mi tocaya Melchor, a Ruiz Zafón, a García Márquez, al Cardenal Martini, a Joaquín Antonio Peñalosa, a Chesterton, a Martín Descalzo, que hacen que en estas tardes lluviosas llegue a mi vida la paz y me imagine en un remanso del edén, tomando café del bueno.
Gracias Alfredo, por hacer que los elefantes huyan de aquí.
Nos leemos la próxima. ¡Hay vida! Y con lluvias, habrá más.